Esta definición me permite darle sentido a estas líneas en honor al alcalde legítimo y digno de Barquisimeto, Alfredo Ramos. No tengo amistad personal con Alfredo Ramos, pero desde la acera del periodismo político le he seguido por muchos años y por eso no me sorprendió su decisión de esperar a los esbirros de la dictadura en el Palacio Municipal de Iribarren, donde el voto popular le colocó de manera inequívoca y a donde –estoy seguro- más temprano que tarde regresará.
Ramos, al igual que muchos alcaldes electos de forma legítima, pasó a engrosar la lista de los destituidos por un Tribunal Supremo que de justicia tiene muy poco. El TSJ es hoy el brazo judicial del régimen dictatorial de Nicolás Maduro. La dictadura, no puede llamársele de otra forma, tiene en el TSJ una poderosa pata que le sostiene, las otras dos son el alto mando militar y el manejo de la riqueza nacional. Y así vamos, adentrándonos en esta noche de la dictadura venezolana del siglo XXI.
No estoy en condiciones de cuestionar o criticar que en esta hora un alcalde sentenciado por el TSJ decida salir del país o permanecer dentro de Venezuela, pero en situación de clandestinidad. Ir a una cárcel política en la Venezuela de hoy no sólo es sufrir la perdida de la libertad sino entrar en un mundo de vejaciones y humillaciones.
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