América Latina ante el 2018: Un panorama incierto

La inestabilidad en la península coreana, el incompensable accionar de Donald Trump en algunos frentes de la agenda internacional, la crisis global de refugiados aún irresuelta, y la próxima ola de elecciones, entre otros temas, hacen que sea casi imposible predecir qué deparará el año que comienza para América Latina.

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Pocas dudas quedan sobre el hecho de que América Latina enfrenta un contexto internacional incierto en materia política y económica. La inestabilidad en la península coreana, el incompensable accionar de Donald Trump en algunos frentes de la agenda internacional y la crisis de refugiados aún irresuelta, entre otros temas, hacen que sea casi imposible predecir qué deparará el año que comienza.     

Durante el 2017, América Latina estuvo lejos del debate internacional. El primer año de Donald Trump en el poder, cuya agenda internacional estuvo principalmente centrada en Eurasia sumado a una Unión Europea aún oscilante tras la salida del Reino Unido—y a excepción del debate del muro y la renegociación de NAFTA con México—posicionaron a América Latina en un segundo plano en un contexto internacional ya de por sí complejo.

Desde una mirada política, la escasa presencia de la región en temas centrales de la agenda global, puede resultar hasta en un activo. Basta con ver las peleas virtuales entre Trump y Kim Jong-un por quién tiene el botón nuclear “más grande y poderoso” para darnos cuenta que para una región como América Latina—con varios desafíos internos por resolver—resulta mucho más rentable seguir bajo una “diplomacia del silencio”. Asimismo, desde una mirada económica y comercial, la región sigue muy descolgada del resto del mundo y esto sí es un riesgo. Las nuevas dinámicas que adquieren las negociaciones comerciales son ejemplo de cuán riesgoso es darles la espalda. Ante un sistema multilateral del comercio en una patente crisis, diversos acuerdos plurilaterales avanzan en paralelo. La última conferencia ministerial de Buenos Aires dejo en evidencia que la Organización Mundial del Comercio (OMC), hasta no alcanzar un cambio estructural profundo, difícilmente podrá lograr los consensos necesarios para avanzar en la agenda que se propone.

El reciente libro de Kent Jones, profesor de Babson College, da pistas de por dónde podría empezar una reconstrucción institucional de la OMC. Una de sus propuestas pasa por flexibilizar la regla del consenso (hoy necesaria para todas las decisiones que toma la organización). Tal como subrayó, Roberto Azevêdo, Director General de la OMC, la última cumbre ministerial obtuvo casi nulo resultados y las decepciones se hacen cada vez más grandes. En este contexto,  y tras meses de negociaciones a partir del retiro de Estados Unidos del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés) hace pocos meses, los ministros de los 11 miembros restantes anunciaron que alcanzaron un consenso sobre los “elementos centrales” de lo que denominaron un Acuerdo Integral y Progresivo para el TPP  (CPTPP, por su sigla en inglés). Este grupo de países lo integran, entre otros, Australia, Canadá, Japón, Nueva Zelanda y Singapur. Solo tres latinoamericanos están en esta mesa de negociación: Perú, Chile y México.

Por otra parte, América Latina enfrenta aún el inmenso desafío de reorganizar su integración regional, sino, difícilmente será considerada un actor comercial protagónico con una voz clara en el contexto internacional. Hoy en la región existen alrededor de 30 acuerdos comerciales, equivalente al 80% del comercio intrarregional. Asimismo, estos acuerdos existentes ejecutan reglas diferentes. Esta diversidad de reglas ahoga el comercio de los bienes intermedios. Es decir, la baja armonización de las reglas regionales del comercio hace que la participación de América Latina en las cadenas globales de valor siga siendo muy baja (quizá sea este uno de los principales desafíos que hoy tenga la región por delante para dinamizar la economía regional). Esta baja integración nos hace menos competitivos en los debates estratégicos que tienen otras regiones emergentes. Es decir, mientras hoy en América Latina nuestro principal desafío pasa por ver cómo podemos integrarnos a cadenas de valor del mercado automotriz tradicional, en Asia Pacifico de lo que están hablando es de cómo hacerlo para autos que requieran inteligencia artificial. Para cuando América Latina creamos que hayamos llegado la meta por haber logrado una cadena de valor regional, seguramente nuestro logro será obsoleto.

El debate sobre una integración regional más dinámica es realmente urgente. Esto contribuirá con un comercio más libre el cual será clave para que mejoren los ratios de crecimiento que aún se calculan por debajo del 2% para 2018, según proyecciones del Fondo Monetario Internacional.

Por otra parte, la región se acerca a una ola de elecciones muy importante. En 2018 se concretarán seis elecciones: Costa Rica (Febrero), Paraguay (Abril), Colombia (Mayo), México (Julio), Brasil (Octubre) y—posiblemente—Venezuela en algún mes del segundo semestre del año. No es menor recordar que otras seis elecciones presidenciales se avecinan en 2019 (Bolivia, Argentina, Uruguay, El Salvador, Panamá, y Guatemala) lo que hará que del año entrante casi un 90% de la región atraviese meses de alta tensión electoral. 

Esta ola electoral se dará en medio de fuertes denuncias por corrupción vinculadas con partidos políticos en varios países. Por ejemplo, denuncias relacionadas a los sobornos de la constructora brasileña Odebrecht generan desconfianza en un sistema político, como el de los países latinoamericanos, que ha sufrido un inmenso desgaste en los últimos años. Según el Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP), el apoyo a la democracia ha disminuido en la región (del 67 al 56% de 2014 a 2017). Esta caída de 9 puntos en la confianza al sistema democrático debe ser una señal muy importante para que los partidos trabajen para promover mayor transparencia a los votantes.

Dos países, cuyas economías son claves para América Latina, tendrán elecciones en el próximo año en un contexto muy complejo. En México, una reciente investigación de corrupción bajo el mandato del exgobernador de Chihuahua César Duarte, muy cercano al presidente Enrique Peña Nieto, ha afectado ya a seis exfuncionarios del Estado. En Brasil, no está claro si el expresidente Lula da Silva podrá ser candidato en las elecciones de 2018. En pocas semanas se confirmaría o no la condena a casi 10 años de cárcel contra el exmandatario por sus presuntos vínculos con Odebrecht.

Mientras tanto en Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro no da tregua, y muy posiblemente concrete una elección en 2018 que estará totalmente viciada de irregularidades ante el hostigamiento a los principales lideres opositores que en muchos casos se encuentran en el exilio político e inhabilitados a participar en la elección. Los últimos números presentados por el Secretario general de OEA, Luis Almagro, hablan de 645 presos políticos, 130 venezolanos asesinados en manifestaciones y 16,000 heridos. La crisis humanitaria de Venezuela ha hecho que el numero de desplazados alcance ya los 2 millones. Hoy, el 54% de los niños venezolanos se encuentra en un estado crítico de desnutrición.

En definitiva, el actual contexto internacional incierto que podría transformarse—para regiones emergentes como América Latina—en una una oportunidad para alanzar un mayor protagonismo económico, encuentran hoy a la región encerradas en debates que la distancian cada vez más de las oportunidades que otras regiones como Asia sí parecen estar aprovechando, creciendo económicamente a tasas superiores al 5%.

En un contexto incierto, América Latina parece tan perdida como antes. Sin haber encontrado su rumbo. Parece que cada veinte años siempre volvemos al inicio, al mismo casillero del que partimos. Como bien describiera Séneca en aquella carta a Lucilio, “cuando no sabemos a qué puerto nos dirigimos, todos los vientos son desfavorables.”   

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