Es un error que el gobierno del Presidente Sebastián Piñera insista en buscar enfrentarse a la ex Presidenta Michelle Bachelet por la crisis política y humanitaria en Venezuela. Independientemente de lo que ella haga en 2021, no es su rival. El juicio sobre el desempeño del segundo gobierno de Piñera dependerá de si logra promulgar las reformas de pensiones, tributaria, y laboral. Porque fue electo para que volvieran los tiempos mejores—no para sentar a Bachelet en el banquillo de los acusados—, su obsesión con sacar constantemente a la pizarra a la ex Mandataria puede terminar haciendo que su segundo gobierno sea menos exitoso que el primero.
En las últimas semanas, el Presidente ha convertido la lucha contra la dictadura de Nicolás Maduro en una de las prioridades de su gobierno. Es loable el interés por contribuir al restablecimiento de la democracia en Venezuela, pero la forma en que ha desplegado sus esfuerzos no ha sido la más efectiva. El viaje a Cúcuta, para acompañar la entrega de ayuda humanitaria el 22 de febrero, no fue un éxito. El Wall Street Journal —que está lejos de ser un medio favorable a la dictadura venezolana— informó ayer que el propio Piñera estaba molesto con Juan Guaidó por lo mal organizado que estuvo la operación de presión al régimen. Piñera ha aprovechado la polémica sobre Venezuela para poner presión sobre Bachelet, la Alta Comisionado de la ONU para los derechos humanos. Aunque Bachelet está limitada por las reglas de la ONU, es evidente que ella muestra poco entusiasmo por liderar la condena al déspota gobierno venezolano. La misma que se apuró en expresar su preocupación por los derechos humanos en Brasil cuando Bolsonaro ganó las elecciones de 2018, ha sido bastante menos proactiva para promover la defensa de los derechos humanos en la Venezuela de Maduro.
Pero si bien el comportamiento de Bachelet es lamentable y reprobable, no parece razonable que la crítica la lidere el presidente actual de Chile. Más que preocupación por los derechos humanos en Venezuela, la crítica de Piñera parece evidenciar una cierta obsesión personal con su dos veces predecesora. Después de todo, el propio Piñera demostró su poca confianza en lo que puede hacer la ONU cuando decidió, hace unos meses, no suscribir el Pacto Mundial para la Migración de este organismo. ¿Si no tuvo fe en lo que pueden hacer las Naciones Unidas sobre los migrantes, por qué demandar una actitud más decidida de ese mismo organismo internacional en lo que respecta a Venezuela?
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