En 1953, en los años duros del franquismo en España, el genial director Luis García Berlanga realizó la película Bienvenido, Mister Marshall. Europa por aquellos años estaba en plena recuperación gracias al apoyo estadounidense a través del conocido Plan Marshall.
Se trata de una parodia con el duro humor negro de Berlanga, que ahonda en el alma española, ya que en un pequeño pueblo se debaten sobre qué cosas mostrarle de españolidad a una misión gringa del Plan Marshall que se dirige a la localidad castellana. Me detengo en la idea de cómo se maquillan las cosas para mostrarle a un visitante prominente.
En la película los lugareños se quedan, como se suele decir popularmente en el Caribe, con los crespos hechos, ya que la misión del Plan Marshall ni se detiene en aquel pueblo que tanto se había preparado para la singular visita.
En estos días del siglo XXI no sólo se maquillan calles o avenidas, como ya se hacía en el filme, ni solamente se sacan las mejores ropas o se ocultan los males: ante una singular visita también se construye el marco narrativo. Eso es lo que está sucediendo con la anunciada visita a Venezuela de la señora Michelle Bachelet, alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Con un mandato que ha emanado de las altas instancias de la ONU, la visita de Madam Bachelet obedece a un proceso de documentación de cara a rendir informes sobre la situación y perspectivas de los derechos humanos en Venezuela, en el seno del Consejo de Derechos Humanos con sede en Ginebra.
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