Si se cumple lo anticipado por las encuestas y Jair Bolsonaro gana las elecciones del 28 de octubre, el próximo presidente de Brasil debiera seguir el ejemplo de su principal enemigo político, Lula, y hacer lo mismo que hizo el líder del Partido de los Trabajadores (PT) cuando ganó las elecciones de 2002. Porque los presidentes exitosos son capaces de unir al país, Bolsonaro debería aprovechar el beneficio de la duda que le está dando el pueblo brasileño y —abandonando su pasado de líder polarizador e intolerante—convertirse en el presidente modernizador y razonable que desesperadamente necesita Brasil para retomar el camino del desarrollo.
Hay buenas razones para estar preocupados de lo que pueda pasar en Brasil. En sus 28 años como legislador, Bolsonaro ha tenido actitudes racistas, misóginas, homofóbicas e intolerantes. Su desempeño legislativo ha sido entre discreto y mediocre. Habiéndose cambiado de partido al menos 8 veces en sus 7 periodos legislativos, el candidato del Partido Social Liberal ha sido incapaz de trabajar en equipo y construir alianzas. En numerosas ocasiones, su temperamento explosivo lo ha llevado a reaccionar agresivamente.
Incluso para los que valoran el foco en reformas económicas de su programa, Bolsonaro es un converso reciente —y posiblemente solo de forma oportunista— a las políticas de libre mercado. Aunque los mercados ponen su confianza en Pablo Guedes, el más probable ministro de Hacienda, Bolsonaro y él se conocen desde hace poco. En el mejor escenario posible, esa relación evolucionará como la de la Presidenta Michelle Bachelet y Andrés Velasco (2006-2010). En el peor escenario, Guedes y Bolsonaro se llevarán como lo hizo Bachelet con Rodrigo Valdés en el gobierno que terminó en marzo de 2018.
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