La inminente destitución parlamentaria de Dilma Rousseff sellará un capítulo tortuoso en la democracia brasileña. Entre los recuerdos del impeachment, pasarán a la posteridad los discursos que han convertido la Cámara de Diputados en un circo chocarrero. Las sesiones del Senado remontarán a un espectáculo menos bufón, cuyo auge tuvo lugar el 26 de agosto. En dicha fecha, Renan Calheiros recordó a los críticos de la casa que preside, que él mismo intervino ante el Supremo Tribunal Federal (STF) para evitar el enjuiciamiento de la senadora petista Gleisi Hoffmann y su esposo, el exministro Paulo Bernard.
Ante la virtual ratificación de Michel Temer como presidente, surge la pregunta de si su Gobierno bailará al ritmo de la democracia circense o de los escándalos de corrupción que seguirán siendo destapados. El impeachment de Rousseff siempre estuvo marcado por arreglos partidarios, mucho más que el alegado incumplimiento de la Ley de Responsabilidad Fiscal. Basta con escuchar las intervenciones de los integrantes de la Cámara de Diputados en la traumática sesión del 17 de abril, u observar cómo la base aliada del Gobierno petista cambiaba de posición según el ofrecimiento de ministerios hechos por Lula y Temer en los bastidores del llamado fisiologismo partidario.
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