Aunque los próximos dos años estarán caracterizados por la incertidumbre sobre las reglas que regirán al nuevo Chile, parece evidente que, al menos hasta que se termine el proceso constituyente que presumiblemente se iniciará con el plebiscito de abril de 2020, será difícil que la esperanza se imponga sobre el miedo. A diferencia del ambiente de optimismo y buenas expectativas que predominó entre una gran mayoría de los chilenos en los meses posteriores al plebiscito de 1988, en los próximos dos años éste será de incertidumbre e incluso temor sobre el destino del país. Afortunadamente, porque hay muchas más personas sensatas que radicales refundadoras, hay buenas razones para creer que Chile saldrá de este periodo de turbulencia y vientos de división como un mejor país.
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, dice el cantautor catalán Joan Manuel Serrat. El estallido social que comenzó hace seis semanas constituye un despertar de Chile. Pero no porque el pueblo haya despertado después de 30 años de silencio, sino más bien porque se acabó el sueño de que Chile había dejado atrás a América Latina con sus problemas persistentes de pobreza y desigualdad. Es verdad que el país tuvo avances notables en reducir ambos indicadores. Pero ya que las expectativas crecieron mucho más rápido que los logros concretos, la percepción generalizada es que el país no alcanzó los ambiciosos objetivos que teníamos. Chile es más desarrollado, menos pobre e incluso menos desigual que la mayoría de los países de la región, pero no alcanzamos los niveles de desarrollo, de inclusión social y de igualdad que tienen los países de la OECD a los que aspiramos parecernos.
Una forma de entender lo que pasó en Chile es con la metáfora de un avión que, en pleno vuelo y mientras cruza por una zona de turbulencias, experimenta un motín a bordo. Los pasajeros de clase económica se han rebelado contra los de la clase ejecutiva porque casi todos los baños, gran parte de la comida y las frazadas están en este último sector. Pidiendo una mejor distribución de los servicios que ofrece el avión, la clase económica se amotinó. La tripulación ha sido incapaz de controlar la situación. Algunos miembros de la tripulación incluso se han sumado al motín. El piloto decidió cerrar la puerta de la cabina y ha hecho declaraciones incendiarias, anunciando que estamos en guerra y denunciando que hay terroristas promoviendo el motín. La buena noticia es que las turbinas del avión funcionan y que el avión tiene suficiente combustible para llegar bien a destino. La mala noticia es que, producto del motín, cualquier pasajero puede abrir las puertas del avión y poner en riesgo la vida de todos los que van a bordo.
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