[EnglishArticle]Last week, the Center for Public Studies (Centro de Estudios Públicos, CEP)—Chile’s most prestigious pollster—published the results of its biannual survey. The poll gained more attention than usual because the CEP conducted its fieldwork in the wake of protests that rocked the country, starting on October 18 (18-O). The results provide a critical snapshot of the country’s political establishment, but even more so for president Sebastián Piñera. According to the poll, only six percent of Chileans approve of the president. Now, an extremely unpopular Piñera must somehow govern a country that faces uncertain times—including an economic downturn and an upcoming plebiscite that will likely trigger a new constitution.
Piñera has now joined the club of the most unpopular presidents in recorded history. According to the Mitofsky pollster, Nicaragua’s Daniel Ortega had an approval of 24 percent after widespread repression that left over 300 dead. Following a public showdown that resulted in the early dismissal of the International Commission Against Impunity in Guatemala (CICIG), Jimmy Morales’ popularity bordered 20 percent. Argentina’s Fernando de la Rúa and Perú’s Alejandro Toledo, usually considered as two of the most unpopular presidents in the region, slightly outperformed Piñera. Even Nicolás Maduro—the man behind the humanitarian crisis that has forced five million Venezuelans to leave their country—recently recorded an approval rating of 13 percent. With an approval rating lower than Maduro’s, Piñera, a successful businessman, has turned into a toxic asset.
Two questions surface out of the CEP’s results: How does a twice-elected president (2010 and 2017) hit rock bottom? What should we expect from his government moving forward?
Granted, not every Chilean approved of Piñera before the protests erupted in October. A first group—his core detractors—severely disliked him from the outset due to his conservative stances and scandal-ridden political career. A second group—the pragmatics—distrusted him but saw in Piñera someone who could deliver on economic growth. A third conservative group—the loyalists—stood by the president despite his many faults.
Piñera’s six percent approval rating reflects discontent from across the board. The government’s management of the street protests outraged his core detractors. Piñera’s early decree for the State of Emergency, which in turn unchained repression and, according to the United Nations, human rights abuses by Chile’s security forces, resulted in calls for his resignation. Another group—composed almost entirely by his key-voting blocs—turned their backs on Piñera for failing to curtail riots and triggering a plebiscite that will likely change Augusto Pinochet’s 1980 constitution. In their view, the constitution should be reformed, not replaced. In between are the pragmatics that sympathize with the demands of protestors but remain critical of the government’s response. They also worry about the country’s economic downturn and unemployment levels.
Turning to the second question (how will Piñera’s government move forward?) three scenarios emerge. In the first one, for the handful of remaining Piñera sympathizers—perhaps those housed in La Moneda—the storm is over. In their view, things cannot get worse for a president that has a six percent approval rating. The only way now is up.
A second, less optimistic view is that Piñera will be unable to recover, and Chile will be stuck with an unpopular president until scheduled elections in 2021. In this setting, the incumbent parties—conservative National Renewal (RN), Independent Democratic Union (UDI), and Political Evolution (EVOPOLI)—break ranks with the government, and the divided opposition, which controls a majority of legislative seats, sets the political agenda. We already witnessed this when pro-government and opposition parties proposed a constitutional plebiscite in November as a solution to the crisis. The decision sidelined key cabinet members and the president, who were then forced to react.
In a third and most extreme setting, political and economic stagnation propel the resurgence of riots that force Piñera’s resignation. The sheer magnitude of the decision—unprecedented since democratization in the early 1990s—makes this outcome the least likely.
With a plebiscite scheduled for April 26 that should result in the drafting of a new constitution—amid a contracting economy—Chile’s future is unclear. Whereas the country faces a critical juncture of sorts—a unique opportunity to pass bold reforms—it does so with a weak president. In a moment of much-needed leadership, Piñera has turned into a political liability that further contributes to uncertainty in what only a quarter ago was perceived as Latin America’s success story.
Lucas Perelló is a Ph.D. candidate in Politics at The New School for Social Research. You can follow him on twitter @lucasperello [/EnglishArticle][SpanishArticle]
Hace un par de semanas, el Centro de Estudios Públicos (CEP)—el encuestador más prestigioso de Chile—publicó los resultados de su encuesta bianual. La encuesta ganó más atención de la habitual ya que se realizó a raíz de las protestas que sacudieron al país a partir del 18 de octubre (18-O). Los resultados reflejaron una dura crítica a la estructura política del país, pero aún más hacia el presidente Sebastián Piñera. De acuerdo con los resultados de la encuesta, solamente el seis por ciento de los chilenos tiene una opinión favorable del presidente. Ahora, un Piñera extremadamente impopular debe de alguna manera gobernar un país que enfrenta tiempos inciertos–a este escenario se suma una recesión económica y un plebiscito que probablemente resultará en una nueva constitución.
Piñera se ha unido al club de los presidentes más impopulares de los últimos tiempos. Según Consulta Mitofsky, Daniel Ortega de Nicaragua obtuvo una aprobación del 24 por ciento después de la represión generalizada que dejó más de 300 muertos. Luego de un enfrentamiento público que resultó en la expulsión de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), la popularidad de Jimmy Morales rondaba el 20 por ciento. El argentino Fernando de la Rúa y el peruano Alejandro Toledo, generalmente considerados como dos de los presidentes menos populares de la región, superaron ligeramente a Piñera. Incluso Nicolás Maduro, el responsable de la crisis humanitaria que ha obligado a cerca de cinco millones de venezolanos a abandonar su país, recientemente registró un índice de aprobación del 13 por ciento. Con una aprobación inferior a la de Maduro, Piñera, un exitoso hombre de negocios, se ha convertido en un activo tóxico.
Los resultados del CEP obligan a plantear dos preguntas: ¿Cómo es que un presidente elegido dos veces (2010 y 2017) ha caído tan bajo?, y, ¿Qué deberíamos esperar de su gobierno en el futuro?
Es un hecho que no todos los chilenos tenían una percepción favorable de Piñera antes de que estallaran las protestas en octubre. Un primer grupo, sus detractores centrales, reprueba al presidente desde el principio debido a sus posturas conservadoras y su carrera política llena de escándalos. Un segundo grupo, los pragmáticos, desconfía pero ven en Piñera a un líder que podría conducir al país hacia el crecimiento económico. Un tercer grupo conservador y leal, continúa respaldando al presidente a pesar de sus muchos defectos.
El índice de aprobación del seis por ciento de Piñera refleja el descontento generalizado de la población. El manejo de las protestas callejeras por parte del gobierno indignó a sus principales detractores. El Estado de Emergencia decretado por Piñera—una decisión precipitada—que a su vez desencadenó la represión y, según las Naciones Unidas, los abusos de los derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad de Chile, dió lugar a reclamos que pedían la renuncia del presidente. Otro grupo, compuesto casi en su totalidad por la base de su electorado, le dio la espalda a Piñera al no controlar o reducir los disturbios, y dar pie a un plebiscito que probablemente reemplazará la constitución de Augusto Pinochet de 1980. En su opinión, la constitución debe ser reformada, más no reemplazada. En el medio se encuentra un grupo pragmático que simpatiza con las demandas de los manifestantes y rechazan la respuesta del gobierno, pero también les preocupa la recesión económica y los niveles de desempleo del país.
Pasando a la segunda pregunta sobre qué esperar del gobierno de Piñera hacia futuro, surgen tres escenarios. En el primero, para el puñado de simpatizantes de Piñera—aquellos que permanecen en La Moneda—la tormenta ha terminado. En su opinión, las cosas no pueden empeorar para un presidente que tiene un índice de aprobación del seis por ciento. Queda solo voltear hacia arriba.
Una segunda visión menos optimista: Piñera no podrá recuperarse y Chile se quedará atrapado con un presidente impopular hasta las elecciones programadas para 2021. En este contexto, los partidos en el poder—el conservador Renovación Nacional (RN), la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Evolución Política (EVOPOLI)—rompen con el gobierno y una fragmentada oposición, que controla la mayoría de los escaños legislativos, establece la agenda política. Algo parecido ocurrió cuando los partidos pro-gobierno y de oposición propusieron un plebiscito constitucional en noviembre como una salida a la crisis. La decisión dejó de lado a miembros clave del gabinete y al presidente, que luego se vieron obligados a reaccionar.
En un tercer escenario, el estancamiento político y económico desencadena más disturbios que obligan a la renuncia de Piñera, un evento sin precedentes desde la democratización a principios de la década de 1990, por lo que este escenario es menos probable.
Con un plebiscito programado para el 26 de abril que debería resultar en la redacción de una nueva constitución, y una economía en contracción, el futuro de Chile es incierto. Mientras que el país enfrenta una coyuntura crítica, y una oportunidad única para aprobar reformas audaces, lo hace con un presidente débil. En un momento en el que se necesita un liderazgo fuerte, Piñera se ha convertido en un pasivo que añade incertidumbre a la estructura política que tan solo hace un cuarto de siglo se percibía como la historia de éxito de América Latina.
Lucas Perelló es un candidato a doctorado en Política en “The New School for Social Research”. Puedes seguirlo en Twitter en @lucasperello [/SpanishArticle]