Cuando todavía falta un mes para la primera vuelta, se consolida en la centroizquierda la idea de que frenar a Piñera toma precedencia por sobre cualquier diferencia ideológica que pueda existir entre los partidos del sector. Porque la mayor fuente de unidad para la izquierda está en evitar que la derecha llegue al poder —o en asegurarse de que el poder lo sigan ostentando los mismos que lo han tenido por 24 de los últimos 28 años— la centroizquierda cerrará filas en segunda vuelta en torno a un candidato. Aunque evidentemente cada partido tiene su favorito, para el sector, votar por cualquiera que no sea Piñera es mucho mejor que tener que abandonar el poder, igual que en marzo de 2010.
Las elecciones siempre dejan a la gente con la percepción de que escogieron el mal menor. Porque ninguna persona piensa exactamente lo mismo que otro, y la democracia consiste en agregar preferencias disímiles, la decisión de votar por alguien supone alguna renuncia a determinadas prioridades, principios o valores de los votantes. Para los partidos, la lógica es similar. Aunque comparten valores y visiones, los militantes de los partidos discrepan de otros militantes sobre las prioridades y énfasis. La nominación de un candidato presidencial también supone algún grado de renuncia a sus principios, valores y prioridades para los partidos.
Como ahora se acerca la elección y las encuestas sistemáticamente muestran que Sebastián Piñera tiene las mejores chances de pasar a segunda vuelta con una votación que lo acerca a la mayoría absoluta, los partidos de izquierda han optado por ir dejando de lado sus diferencias y comienzan a unirse para enfrentar a un rival más poderoso.
Si bien es evidente que hay diferencias entre Guillier y Goic, y que las posiciones que han adoptado Sánchez y ME-O se distancian sustantivamente de las que tienen los candidatos de los partidos miembros de la Nueva Mayoría, la distancia que separa a los candidatos de izquierda es menor que la que existe entre cualquiera de ellos y Piñera, o al menos así lo perciben los propios candidatos y sus partidos. Por eso, aunque los candidatos lucharán intensamente entre ellos por el segundo lugar, va quedando más o menos claro que todos se unirán a partir del 19 de noviembre en torno al que logre pasar a segunda vuelta para enfrentar a Piñera.
Los beneficios para los partidos saltan a la luz. Mantenerse en el poder —o ser parte de la coalición de gobierno en el caso del Frente Amplio o ME-O— inevitablemente implica costos y concesiones que generarán ruido entre sus militantes y sus simpatizantes. Pero quedarse fuera del poder es mucho más costoso y desgastador.
Naturalmente, la lógica que inspira a los partidos no es necesariamente la misma que explica el comportamiento de sus votantes. Si bien los partidos de izquierda pueden estar listos para cerrar filas en torno al que enfrente a Piñera en segunda vuelta, los votantes de los aspirantes que no pasen a segunda vuelta necesitarán argumentos poderosos para dar el mismo paso. Frenar a la derecha será un argumento que funcione con muchos, pero no con todos. Convertir la segunda vuelta en un referéndum sobre Piñera ayudará a capitalizar el alto rechazo que exhibe el ex Presidente, pero no será suficiente para que muchos votantes que no se sientan representados por el candidato que pasó a segunda vuelta se animen a participar en una contienda sin voto obligatorio.
Afortunadamente para la izquierda, la derecha tiene problemas propios. La candidatura de José Antonio Kast le quita votos a Piñera entre los más extremos del sector. En la medida que la suma de Piñera y Kast sea menos del 50%, el primero necesitará avanzar hacia posiciones más moderadas para conquistar algunos votantes de centro en la segunda vuelta. Pero como los votantes extremos de derecha pudieran sentirse decepcionados si Piñera no adopta algunas de las posturas más derechistas de Kast, a los votos que gane el ex Mandatario por el centro se les deberán descontar los que pierda por la derecha.
Para leer más, visite El Líbero.