¿Qué vemos cuando miramos a Venezuela? Algunos, socialismo; otros, autoritarismo. Ambas interpretaciones se enfocan en el régimen político, que es la forma de organizar el gobierno. Una tercera interpretación se burla de las anteriores: el problema, afirma, no es el gobierno sino el Estado; o, mejor dicho, su colapso. Porque no importa quién maneja cuando el auto no tiene motor.
Los observadores occidentales nos hemos concentrado en la dicotomía entre democracia y autoritarismo y perdimos de vista lo que viene antes: el orden político. Naturalizamos la paz y la prosperidad que siguieron a la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, la Guerra Fría. Había motivos: a inicios del siglo XXI, las democracias aumentaban, las dictaduras disminuían y la violencia política se reducía. Es verdad que el 11 de septiembre de 2001 disparó una alarma. También lo es que la erosión de viejas dictaduras y nuevas democracias moldeó el término “autoritarismo competitivo” para definir a un régimen híbrido que se multiplicaba. Nada grave, desmerecimos: la democracia y el capitalismo prevalecerán. Ahora no estamos tan seguros.
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