A comienzos del siglo XX, Alejandro Glencoe resolvió erigir en las pampas uruguayas un Congreso que representaría a toda la humanidad. Con una veintena de rioplatenses, Glencoe buscó una manera de que todos los habitantes del planeta se sintieran genuinamente representados. La solución pasó por el compromiso de que cada congresal representara a las personas con características físicas, hábitos y preferencias similares a los suyos. Glencoe representaría a los hacendados, a los orientales, a los grandes precursores y a los hombres de barba roja que se sientan en un sillón. Nora Erjford representaría a las secretarias, a las noruegas y a todas las mujeres hermosas del mundo.
Si quiere leer mas, visite El País.