La sociedad venezolana parece estar signada por círculos perversos. Salir de la pobreza sigue siendo para la mayoría de la población un enorme desafío, mientras que el Estado da vueltas repitiendo políticas erradas. Fracasaron tanto el modelo democrático de 1958, con énfasis en los derechos políticos, como el modelo de la llamada Revolución Bolivariana, con las banderas de la justicia social.
El fracaso social de la democracia representativa, teniendo como telón de fondo un acentuado proceso de desdemocratización en Venezuela, le abrió las puertas a un discurso socialista, cuyos resultados no han significado otra cosa que la profundización de la pobreza y las desigualdades.
Cualquier proyecto de reconstitución democrática en Venezuela deberá ir de la mano de la reconstrucción del tejido social. Una democracia política, un Estado de derecho, existiendo sobre una sociedad empobrecida estarán destinados a fracasar.
Al iniciarse el gobierno de Hugo Chávez, el 2 de febrero de 1999, la ya fallecida Mercedes Pulido de Briceño realizó un balance social que visto más de dos décadas después, era una suerte de profecía: “la desigualdad creciente fragmenta la sociedad y abona el resentimiento”. Así han vivido millones de venezolanos, especialmente en el ocaso de la Revolución Bolivariana.
Examinado en la distancia, aquello tenía un sentido político, además de la lectura de experta en temas sociales, pues no debe olvidarse que Chávez había asumido el poder con el discurso del resentimiento. Venezuela, sostenía Pulido, venía atravesando años de empobrecimiento: “la pobreza para 1982 afectaba al 27 por ciento de la población, al iniciarse 1998 se constata que el 68,7 por ciento de los venezolanos no tiene ingresos para satisfacer las necesidades básicas alimentarias y no alimentarias”.
La crisis del modelo rentista tuvo un impacto en largos años de decrecimiento económico y deterioro social. Aquel fue el caldo de cultivo que explica el malestar de los venezolanos que bien canaliza Chávez como candidato, especialmente después del quiebre de credibilidad de Irene Sáez en agosto de 1998, cuando el apoyo del partido Copei a su candidatura, la desdibujó como una opción real de cambio.
Volvamos a la radiografía social de 1998 que presentaba Pulido de Briceño: “el escaso desarrollo ha afectado fundamentalmente a las capas medias, tanto así, que la educación pierde peso como instrumento de movilidad social al observarse que los jefes de hogares con educación superior y en situación de pobreza, ha crecido de 1,5 por ciento en 1980 a 4,7 por ciento en 1997”.
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