Dividir para reinar

El Presidente Piñera tiene más que claro que la luna de miel con la opinión pública no durará para siempre. Pero que la izquierda esté dividida —y sus facciones preocupadas de pasarse cuentas mutuas y echarse en cara sus actos de impureza ideológica— le permitirá al gobierno seguir alargando el idilio inicial con ese electorado que escogió a Chile Vamos por conveniencia y no por amor, y que ve cada día cómo la alternativa política que desechó se hunde en peleas internas.

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El gobierno del Presidente Sebastián Piñera ha sabido aprovechar la fragmentación de la oposición centro-izquierdista. Como si estuviera inspirada por la lógica de “dividir para gobernar”, La Moneda ha logrado enemistar a la Nueva Mayoría con el Frente Amplio y, mejor aun, incluso ha logrado meter cuñas que profundizan las diferencias estratégicas y tácticas al interior del Frente Amplio. Mientras más dividida esté la oposición, menos dañino será para el gobierno de Chile Vamos no tener mayoría ni en el Senado ni en la Cámara de Diputados.

Los dos principales desafíos que enfrenta Piñera en su segundo gobierno son el poco apoyo personal que logró en la primera vuelta de la contienda presidencial y el hecho de que su coalición es minoría en el Congreso. Si bien ya no tiene el fantasma de la alta popularidad de Bachelet que lo acechó durante todo su primer mandato, es evidente que a Piñera le pesa haber sacado sólo un 36,6% de los votos en primera vuelta en noviembre pasado. En 2009 obtuvo un 44% en primera vuelta, aunque es verdad que entonces él era el único candidato de derecha. En 2017 el voto de derecha se dividió y José Antonio Kast logró un 7,9% en primera vuelta. Pero eso sólo confirma que, incluso en la derecha, Piñera no era la primera opción de muchos. De cada seis votos del sector, cinco fueron para él y uno para Kast.

Afortunadamente para Piñera, su alta votación en segunda vuelta legitimó su victoria más allá de cualquier cuestionamiento. Pero si bien realizó una campaña impecable en el balotaje —y se benefició de los numerosos errores no forzados cometidos por su rival—, el Presidente sabe que esta vez despertó menos entusiasmo que en su primera candidatura presidencial. Los chilenos votaron por él más por conveniencia que por convicción. Como en un matrimonio negociado, Piñera logró su objetivo, pero los chilenos no parecen comprometidos con su causa.  Necesita producir resultados para lograr que su aprobación se mantenga sobre el 50%. Los chilenos no lo apoyan contra viento y marea. Es más, su apoyo se basa en que él prometió producir resultados y la gente le creyó. Pero si esos resultados no llegan, la gente lo abandonará con la misma rapidez con la que cientos de miles se sumaron a su campaña entre primera y segunda vuelta.

El segundo desafío de Piñera está en el Congreso. Su coalición tiene 19 de 43 senadores y 72 de 155 diputados. Si bien Chile Vamos podrá forjar coaliciones con legisladores moderados del PDC en la Cámara de Diputados, en el Senado el contingente democratacristiano está bastante más cargado a la izquierda. Dependiendo del tema, Piñera podrá buscar el apoyo de algunos senadores PS o PPD moderados (incluso el propio Guillier, que ya no se lleva muy bien con sus socios de la Nueva Mayoría, podría sumarse a Chile Vamos en algunas votaciones), pero el camino hacia la mayoría legislativa siempre será arduo y dificultoso.

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