Durante la era concertacionista —e incluso durante el corto reinado de la Nueva Mayoría—, la derecha chilena se dedicó a pensar en ideas y propuestas para cuando volviera al poder. Especialmente durante el período 1990-2010, el sector se abocó a fortalecer una serie de think tanks que se convirtieron en contraparte intelectual para los gobiernos de la Concertación. Si bien la centroizquierda tuvo predominancia electoral por buena parte de los últimos 30 años, la derecha se fortaleció en el mundo de las ideas desde los think tanks. Hoy que la izquierda entra en una travesía por el desierto electoral, ese sector debiera abocarse a invertir los limitados recursos que posee en centros de estudios que le permitan articular una alternativa intelectual a la hegemonía que hoy posee la derecha en ese frente.
Después del retorno de la democracia en 1990, la derecha chilena se supo en posición minoritaria. Su cercanía con la dictadura militar le significó al sector una pesada mochila. Electoralmente, no tuvo posibilidades de aspirar a ser mayoría durante la primera década de democracia. La crisis asiática le abrió una oportunidad electoral a la derecha, pero en enero de 2000 el PPD Ricardo Lagos logró ganar la elección y, debido a su buena gestión, impulsó una nueva era de dominio electoral centroizquierdista. El triunfo de Michelle Bachelet en enero de 2006 confirmó la posición electoral minoritaria de la derecha.
Pero la derecha logró avanzar en el terreno de las ideas mucho más que lo que pudo hacer electoralmente entre 1990 y 2010. Los numerosos think tanks que se crearon lograron construir un programa claro, coherente y completo de propuestas de políticas públicas y reformas que, con distintos acentos sociales, buscaban consolidar el modelo social de mercado consolidado bajo las administraciones concertacionistas. De hecho, varias de las iniciativas impulsadas por los gobiernos concertacionistas fueron negociadas a partir de las propuestas hechas por esos think tanks, en especial las del Centro de Estudios Públicos. Para 2010, cuando Sebastián Piñera terminó con dos décadas de dominio electoral concertacionista, su llegada al poder permitió que las propuestas de reformas y nuevas políticas públicas que habían realizado los think tanks de derecha pudieran ser implementadas.
Después de la derrota de 2010, la izquierda optó por poner todas sus fichas en el retorno de Michelle Bachelet. Por eso, decidió no invertir recursos en financiar centros de investigación que pudieran realizar propuestas acabadas de nuevas políticas públicas. Cuando hay una carta electoral poderosa, las ideas y propuestas parecen menos importantes. Ni siquiera la propia Bachelet, a sabiendas de que ella sería la mejor carta electoral de la centroizquierda en 2013, promovió la discusión de propuestas de gobierno. Los think tanks de izquierda se dedicaron a albergar gente que esperaba trabajar en el futuro gobierno de Bachelet, pero hicieron poco en términos de propuestas concretas sobre reformas. Después de su retorno al poder, ella impulsó una serie de transformaciones y reformas que, como quedó en evidencia después, reflejaban más una voluntad de cambio que un diseño cuidadoso y bien planificado.
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