A inicios de este 2017, para dar respuesta a un cuestionario que desde Buenos Aires me envió la prestigiosa revista Nueva Sociedad, sostuve que este año resultaba clave para la definición política del chavismo como movimiento político. Sin duda, opinaba en enero, que la orientación que terminara dándole Maduro al chavismo sellaría su futuro para las próximas décadas.
Escribo ahora en los días finales de un mes de julio de 2017 que será recordado al menos por tres imágenes: 1) una cruel y sostenida represión con aval del alto mando militar; 2) la ausencia del más mínimo atisbo de rectificación; y 3) el empecinamiento de un Maduro, ya sin duda dictador, de imponer un fraude constituyente.
Con esas tres imágenes de este mes de julio el chavismo dirigido por Nicolás Maduro y con el nuevo protagonismo de Diosdado Cabello en la campaña constituyente, ha sellado su futuro. Estamos ante una dictadura que incluso llegará a la política de tierra arrasada antes de ceder el poder. Las elecciones se hicieron mientras se podían ganar y como en este contexto no pueden ganarse entonces se apela a este fraude constituyente que sencillamente profundiza el golpe de Estado que viene dando Maduro desde el año pasado.
Hemos estado durante algo más de año y medio en presencia de un “Madurazo” que ha ocurrido pero en cámara lenta. Al contrario de lo que fue el “Fujimorazo” (una acción estruendosa y rápida para anular al Poder Legislativo de Perú), Maduro realizó, durante todo 2016 y lo que va de 2017, una serie de acciones para socavar a la Asamblea Nacional. Es algo grave, puesto que Maduro ha desconocido el voto popular que mayoritariamente llevó a que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) tuviese una mayoría calificada en el Poder Legislativo en las elecciones del 6 de diciembre de 2015.
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