El Club de la Pelea

Ahora que se produjo el impasse entre el PPD y el PS por la nominación de Ángela Vivanco a la Corte Suprema, Insulza volvió a sacar la voz para salir en defensa de tres principios esenciales en la política: la palabra empeñada, la unidad partidista y el espíritu de diálogo.

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El experimentado senador socialista José Miguel Insulza puso la nota de cordura en el debate político de los últimos días al salir en defensa del diálogo entre el gobierno y la oposición, de la palabra empeñada y de la disciplina partidista en el comportamiento de los políticos en el Congreso. Porque la estabilidad de la democracia depende de políticos profesionales que hagan bien su trabajo, la defensa que hace Insulza de la política —en la mejor de sus acepciones— representa un llamado a la sensatez en un país en que, a veces, los que ejercen la actividad política están más preocupados de construir muros que puentes.

A sus 75 años, Insulza tiene la sabiduría de un veterano de muchas guerras. Fue funcionario del gobierno de Allende, candidato a diputado en 1973, líder del movimiento democrático en el exilio —en Italia primero y México después— y uno de los prohombres más notables de los 20 años de la era concertacionista. Como Ministro de Relaciones Exteriores, se hizo cargo de la reacción oficialista después del arresto de Pinochet en Londres. Cuenta la leyenda que, enfrentando a voces radicales del PS que le exigían renunciar para no tener que defender la posición del gobierno de Frei de pedir la liberación del exdictador, Insulza sugirió que todos los socialistas renunciaran a sus cargos en el gobierno y que, por lo tanto, se pusiera fin a la Concertación. Al final, el PS optó por sumarse a la estrategia del gobierno de pedir el retorno de Pinochet. Un año después, Ricardo Lagos se convirtió en el primer presidente de izquierda desde Allende.

Insulza fue el gran negociador durante el sexenio de Lagos. Sus acuerdos con una derecha que todavía controlaba el Senado gracias a los senadores designados ayudaron a que Lagos pudiera promulgar la reforma constitucional de 2005 que permitió la consolidación de la democracia. Aunque coqueteó con la posibilidad de ser candidato presidencial, con su usual pragmatismo aceptó que 2005 iba a ser el año de Bachelet. El Pánzer se contentó con un premio de consuelo nada despreciable en la Secretaría de la OEA.

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