Resulta difícil entender que, después de realizar un impecable discurso ante el Congreso Nacional, el Presidente Sebastián Piñera se haya convertido en su peor enemigo al hacer un desafortunado, innecesario y contraproducente comentario a la Presidenta de la Cámara de Diputados, Maya Fernández Allende. Ya que su gobierno está tomando pasos concretos y adecuados para avanzar en la reducción de las desigualdades de género y en generar más y mejores oportunidades para las mujeres, Piñera debiera evitar empañar su propio legado con acotaciones que reproducen la percepción de que a ellas se les pueden decir cosas que, incluso un Presidente, jamás se atrevería a decirle a un hombre.
Desde que estalló el movimiento feminista en Chile —influido por eventos en Estados Unidos que pusieron el acoso y abuso hacia las mujeres en la primera plana de los medios— se ha producido una saludable discusión sobre las barreras institucionales y culturales que obstaculizan el desarrollo profesional de ellas y que atentan contra la igualdad de género. Porque ser mujer es más difícil que ser hombre, parece razonable aspirar a que el movimiento feminista produzca resultados que ayuden a emparejar la cancha.
Debido a que muchas de las demandas del movimiento son perfectamente compatibles con el programa de gobierno impulsado por el Presidente Piñera, La Moneda no tiene por qué sentirse atacada por él. Es verdad que algunas de las peticiones que enarbolan los sectores más radicales son opuestas a lo que propone el gobierno de Chile Vamos. Pero esas demandas no son ni centrales al movimiento ni apoyadas por una mayoría de las mujeres y hombres que expresan simpatía por la causa de reducir la desigualdad de género en Chile. De ahí que parece perfectamente razonable que el gobierno se convierta en un aliado del movimiento y no se deje arrinconar por aquellos grupos más radicales que acusan a Piñera de no ser lo suficientemente feminista.
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