a voluntad de los opositores con manifestaciones durante largo tiempo en las calles y un saldo, muy lamentable, de más de un centenar de fallecidos, no generó un quiebre en el régimen. Se puede seguir indefinidamente en la calle, como creen algunos, pero lo cierto es que tal estrategia sirvió para visibilizar internacionalmente el conflicto, lo cual es importante, pero internamente el madurismo ya asumió el costo político de la represión y muertes.
Una dictadura no cae sólo porque muchos, miles o centenares de miles, permanezcan en las calles. La dictadura en Venezuela no los ha demostrado. Más que acusar de “vendidos” a los dirigentes opositores se les debe señalar su falta de creatividad y dirección política. Más que pensar que la dictadura está aquí, con nosotros, porque unos dirigentes políticos así lo quisieron, debemos darnos cuenta de que Maduro se hizo dictador con todo lo que ello implica por su vocación de poder (y la de su entorno).
Permanecer en el poder a cualquier costo, es el lema de cada dictadura, y en Venezuela no es la excepción.
Una dictadura no cae porque la mayoría esté en su contra. Para eso es justamente dictadura, para imponerse con la fuerza de las armas y el control institucional sobre la población que le rechaza.
El 16 de julio vivimos una clara demostración de civilidad, mayoritaria, pero tal acto que en realidad tenía y sigue teniendo un poder simbólico, no desencadenó un cambio. Y no porque los líderes opositores se negaran a ello.
La respuesta de la dictadura a esa mayoría en la calle fue su fraude del 30 de julio y su imposición de una asamblea constituyente. Los rusos también juegan. Con tanta facilidad se nos olvida que el régimen es también un actor, sin duda menguado, pero a fin de cuentas con poderes fácticos para actuar, responder y reinventarse.
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