La ex Presidenta Michelle Bachelet sigue siendo un capital mucho más valioso que la fragmentada y desordenada oposición. Si bien su cargo como Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU la inhabilita para involucrarse en política chilena, la decisión del gobierno de Sebastián Piñera de emplazarla por la crisis en Venezuela le da una excusa perfecta a sus bases y aliados políticos para buscar convertirla en la líder de facto de la oposición. Igual que en el primer periodo presidencial de Piñera, Bachelet podría convertirse en la imagen del mesías en cuyo regreso la izquierda depositará todas sus esperanzas en los próximos años.
Las declaraciones de la vocera de gobierno, Cecilia Pérez, emplazando a Bachelet a reconocer al autoproclamado presidente encargado Juan Guaidó resultan tan sorpresivas como innecesarias. Son sorpresivas porque Bachelet no ha está involucrada en la política nacional y porque, como funcionaria de la ONU, no le corresponde opinar sobre quién debe estar al mando de un país si la ONU no se ha pronunciado al respecto. Las declaraciones son también innecesarias, e incluso inconvenientes para el gobierno, porque traen al debate un activo político de la izquierda y le dan a ésta una excusa para unirse en torno a la mujer que ha sido la principal líder del sector.
Bachelet es lo mejor que la ha pasado a la izquierda desde el retorno de la democracia. Si bien en su primer periodo presidencial gobernó de forma mucho más cautelosa, en su segundo cuatrienio en el poder la militante socialista empujó reformas mucho más ambiciosas. El color de sus reformas también cambió entre el primer y el segundo gobierno. La Bachelet II fue mucho más izquierdista y buscó con más fuerza remplazar el modelo de libre mercado que había profundizado la Concertación. De hecho, cuando hizo campaña para su segundo gobierno, Bachelet sepultó a la Concertación y fundó la Nueva Mayoría, dando una señal clara de sus intenciones refundacionales.
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