Si Macri quiere completar su mandato tiene que ganar las elecciones intermedias, y las elecciones intermedias se ganan o se pierden en la provincia de Buenos Aires”. El analista chupa hasta el ruido y deja el mate en el escritorio. “No me creas a mí –sigue–. Preguntale a De la Rúa o a los que estuvieron con Alfonsín”.
Es la enésima vez que la provincia aparece como madre de todas las batallas. ¿Es verdad que los presidentes caen cuando la pierden? Si así fuera, ¿puede este presidente ganarla?
En abril de 1931 se realizaron elecciones para gobernador bonaerense. Confiada, la dictadura de Uriburu las había convocado para generar un efecto dominó en el interior. Pero el radicalismo tenía otros planes y se alzó con la victoria. Fue el certificado de defunción para el gobierno. La anulación inmediata no logró evitar la caída del gabinete y, poco después, del presidente.
Algo similar ocurrió con las elecciones bonaerenses de marzo de 1962. La victoria del peronista Andrés Framini llevó a la anulación del resultado, según exigieron los mandos militares. Aún así, Frondizi terminó removido del cargo.
En ambos ejemplos estaba en juego la gobernación. En 2017, en cambio, sólo se disputan cargos legislativos. Se trata de una elección intermedia en una democracia madura. Además de distribuir menos poder institucional, es normal que el voto se fragmente más que en una elección ejecutiva. ¿Será correcto, entonces, darle tanta importancia? Examinemos la evidencia.
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