Para pasar del dicho al hecho, el gobierno del Presidente Sebastián Piñera necesita tener un ministro que tenga las habilidades para llevar adelante las necesarias negociaciones con la oposición que permitan la promulgación de un aumento al salario mínimo, la adecuada tramitación de la ley de presupuesto y de la reforma tributaria, y de las reformas posteriores —en educación, ley laboral y pensiones— con las que ya se comprometió.
Para que una negociación sea exitosa se requieren dos cosas: disponibilidad a negociar de ambas partes y buenos negociadores que puedan convertir esa disponibilidad en realidades concretas. El gobierno y una buena parte de la oposición han declarado su voluntad a buscar acuerdos que permitan avanzar la agenda del Ejecutivo y resguardar los intereses de la mayoría centroizquierdista en cada cámara. Es verdad que del dicho al hecho hay mucho trecho. Es más, en política es común que los actores digan una cosa para luego hacer otra. Por eso, las declaraciones a favor del diálogo deben ser acompañados de gestos y hechos concretos.
Las declaraciones a favor de la amistad cívica y las buenas relaciones entre poderes ayudan. En cambio, las acusaciones, reclamos y amenazas por los medios pueden hacer mucho daño para la construcción de confianzas. En América Latina, hemos sido testigos muchas veces de cómo los presidentes que hablan de más incendian la pradera y convierten puntos de desencuentro en infranqueables cordilleras. Estados Unidos hoy experimenta una lógica similar de declaraciones verbales —y tweets— del Presidente que hacen altamente improbable que pueda haber un entendimiento entre la Casa Blanca y el Congreso si los demócratas ganan el control de esa cámara en las elecciones de noviembre. El caso ejemplifica que resulta mucho más fácil dinamitar puentes de diálogo que construirlos.
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