El mejor ministro de Bachelet

A diferencia de varios de sus colegas, Heraldo Muñoz se ganó el respeto de la oposición y de la gran mayoría de sus pares oficialistas; incluso los funcionarios de Cancillería se rindieron ante su correcta y profesional gestión. Porque logró brillar en un gobierno que tuvo más sombras que luces y porque supo construir acuerdos transversales para avanzar los intereses de Chile y defender, en la medida de lo posible, los valores democráticos y de respeto a los derechos humanos que inspiran a nuestro país, Muñoz fue el mejor ministro de la Presidenta en esta segunda administración.

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Aunque es incuestionable que el saldo final del gobierno de Michelle Bachelet que ya se acaba es negativo, también es evidente que algunos de sus ministros tuvieron un desempeño notable. Heraldo Muñoz lideró con disciplina, profesionalismo, seriedad y éxito el Ministerio de Relaciones Exteriores. Hizo tan bien su trabajo, que se ganó críticas de la derecha por su pragmatismo y de la izquierda por no sumarse a la lógica del discurso radicalizado de polarización. Porque Cancillería tuvo muchas más luces que sombras en este cuatrienio y porque él hizo que potenciales crisis y dolores de cabezas se convirtieran en pequeñas anécdotas y problemas de pronta solución, Heraldo Muñoz se hace acreedor, por lejos, al título de mejor ministro del segundo gobierno de Bachelet.

Porque la economía se expandió sustancialmente por debajo de su potencial, porque el gobierno equivocó el camino de las reformas —innecesariamente se radicalizó hacia la izquierda, olvidó la importancia de construir consensos y dejó a un país problemas estructurales producto de la reforma educacional e impositiva—, resulta fácil concluir que el segundo gobierno de Bachelet tuvo más sombras que luces. Pero además de que sería injusto olvidarse de las luces,  —avances en derechos sociales y libertades individuales— resulta también equívoco creer que todo el equipo de gobierno de Bachelet fue igualmente responsable del discreto cometido de esta administración.  Hubo algunos ministros que remaron —con mayor o menor éxito— contra la corriente del discurso de retroexcavadora y realidad de modesto crecimiento.

El desempeño de Rodrigo Valdés en Hacienda evitó que el legado de este gobierno tuviera todavía más sombras. Lo mismo ocurrió con el trabajo de Jorge Burgos en Interior. Aunque ninguno tuvo la suficiente cercanía con Bachelet para influir más en la dirección en que avanzaba el país, ambos ayudaron a frenar varias desatinadas iniciativas. La abrupta salida de ambos demostró que, si bien tenían la intención de ayudar al gobierno a enmendar rumbo, su intento fracasó.

En cambio, Heraldo Muñoz estuvo los cuatro años junto a Bachelet. Su influencia en el gobierno fue variando de menos a más. Si bien en los primeros meses debió aceptar algunos nombramientos políticos indecorosos y la indisciplina del embajador ante Uruguay  (el abogado PC Eduardo Contreras), el canciller logró imponer disciplina en el cuerpo de diplomáticos y no trepidó en pedir la renuncia a funcionarios que irrespetaron su obligación de representar al país más que a sus convicciones políticas personales.

Aunque la participación electoral fue especialmente baja, Muñoz también lideró la implementación de la reforma que permite a los chilenos en el exterior ejercer su derecho a voto. Las complejidades en la implementación de esa reforma no se lograron percibir, precisamente, gracias al buen trabajo realizado por el equipo de Cancillería.

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