Una de las razones que han esgrimido los promotores de las reformas políticas, que apresurada y desprolijamente fueron aprobadas por el Congreso en las últimas horas del periodo legislativo, es que dichas reformas eran una medida necesaria para recuperar la confianza de la gente. Como no hay evidencia que muestre que los países que atraviesan por crisis de confianza en la clase política hayan logrado mejorar su situación, estas iniciativas legislativas sólo reflejan el voluntarismo de sus impulsores. Suponer que el camino para controlar la influencia del dinero en la política es la prohibición de las contribuciones de empresas a las campañas es tan ingenuo como creer que decretar la prohibición de la venta de alcohol hará que toda la población se vuelva abstemia. Al permitir que sus prioridades normativas nublen su entendimiento de la realidad, los impulsores de la medidas para recuperar la confianza de la gente se engañan a sí mismos y, peor aún, generan falsas expectativas sobre los efectos de las reformas.
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