[EnglishArticle]Uruguay’s President-elect, Luis Lacalle Pou, announced he will not invite the dictators of Cuba, Nicaragua and Venezuela to his inauguration next March 1. His appointed Foreign Minister, Ernesto Talvi, based this decision on Article I of the Inter-American Democractic Charter, stating that “Uruguay takes seriously its membership in an inter-American system that promotes the defense of democracy as a right of peoples and respect for human rights, and neither of these two things occur in these three countries.”
The position of the new government is very encouraging, especially in a region where there are many democratic clauses but little or no commitment to their defense. And it is very important that Uruguay assumes this position, because to defend and promote democracy in other countries you have to have moral authority to do so. And Uruguay has it, as a country recognized for its vigorous democracy.
And to strengthen its position, both Lacalle Pou and Talvi could rescue the Universal Declaration on Democracy, adopted by the Inter-Parliamentary Union in 1997. The declaration includes a chapter on “The International Dimension of Democracy,” and Article 27 states: A democracy should support democratic principles in international relations. In that respect, democracies must refrain from undemocratic conduct, express solidarity with democratic governments and non-State actors like non-governmental organizations which work for democracy and human rights, and extend solidarity to those who are victims of human rights violations at the hands of undemocratic regimes.
However, a criticism of Uruguay’s decision is that it excludes other autocracies, such as China. Talvi clarified that the country was prioritizing the region to which Uruguay belongs to, and that on topics outside of Latin America, they will express themselves before the United Nations (UN). But while Lacalle Pou and Talvi’s position is commendable, to be coherent, human rights must be safeguarded without double standards. But this is something that almost never occurs in practice since interests prevail over principles—with the Chinese dictatorship being the most emblematic case.
Another issue to consider is Talvi’s reference to The Economist’s Democracy Index, which ranks Cuba, Nicaragua and Venezuela as autocracies, and where Uruguay is among the few full democracies in the region. However, the new Uruguayan government will also have to consider the situation in other Latin American countries, such as Honduras and Guatemala, members of the Lima Group, ranked as autocracies in the 2020 edition of Bertelsmann Transformation Index, alongside Cuba, Nicaragua and Venezuela. This index analyzes and evaluates the quality of democracy, a market economy and political management in 129 developing and transition countries.
For his part, the current Foreign Minister Rodolfo Nin Novoa, from the Broad Front (Frente Amplio) coalition that ruled Uruguay the last three periods, criticized the initiative of the elected government. But what should be criticized is the fact that the governments of Tabaré Vázquez and José Mujica (2005-2020) were complicit in the erosion of the rule of law in Venezuela, that the Broad Front named Nicaraguan President Daniel Ortega illustrious citizen of Montevideo,, and the close links between the Uruguayan left and the old Cuban Military dictatorship. The Broad Front’s support of Cuba is quite the contradiction considering the coalition, which brings together around twenty different political groups, sympathizes with a single party regime.
The truth is that a majority sector of the Broad Front, which includes the overvalued Pepe Mujica, demonstrates its lack of democratic convictions in the international stage. That is why there is no doubt that from the perspective of the commitment to human rights, the decision of the new Uruguayan authorities—that will assume office next March 1—to not include the region’s autocrats in the swearing in ceremony is consistent with their values.
It speaks badly of an exemplary democracy to give “equal treatment and respect” to leaders in other countries that were not elected through free, fair and competitive elections. Or is it okay to compare a democratic president with an autocrat? Don’t victims of political persecution and human rights violations deserve respect and solidarity? Those who suffered under a dictatorship should know better.
In any case, it would be desirable that the commitment to democracy and human rights shown by the multicolored Uruguayan government be imitated by the countries who’ve sworn respect of fundamental freedoms, so that this doesn’t remain an exceptional position at the regional and international level, but a common foreign policy of democracies.
Gabriel C. Salvia is the General Director of the Center for the Opening and Development of Latin America (CADAL).
[/EnglishArticle][SpanishArticle]El presidente electo del Uruguay, Luis Lacalle Pou, anunció que no invitará a los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela a su asunción del próximo 1 de marzo. Su Canciller designado, Ernesto Talvi, fundamentó esta decisión con base al artículo 1 de la Carta Democrática Interamericana, afirmando que “Uruguay se va a tomar muy en serio que somos parte de un sistema interamericano que promueve la defensa de la democracia como un derecho de los pueblos y del respeto por los derechos humanos, y ninguna de estas dos cosas ocurren en estos tres países”.
Muy alentadora la postura del nuevo gobierno del Uruguay, en especial en una región donde existen muchas cláusulas democráticas pero poco o nulo compromiso en su defensa. Y muy importante que esta posición la asuma Uruguay, pues para defender y promover la democracia en otros países hay que tener autoridad moral para hacerlo. Y vaya que Uruguay lo tiene, país reconocido por su vigorosa democracia.
Y para fortalecer su postura, tanto Lacalle Pou como Talvi podrían rescatar a la Declaración Universal sobre la Democracia, adoptada por el Consejo Interparlamentario Mundial en 1997, que incluye un capítulo sobre “La dimensión internacional de la Democracia” en cuyo artículo 27 expresa: “Una democracia debe defender los principios democráticos en las relaciones internacionales. En ese sentido, las democracias deben abstenerse de toda conducta no democrática, expresar su solidaridad con los gobiernos democráticos y los actores no estatales, como son las organizaciones no gubernamentales que trabajan en favor de la democracia y los derechos humanos, y extender su solidaridad a todas las víctimas de violaciones de los derechos humanos en manos de regímenes no democráticos”.
Una crítica a la decisión de las nuevas autoridades uruguayas es que la misma excluye a otras autocracias, como China. Talvi salió del paso aclarando que priorizan a la región a la cual pertenece Uruguay y que sobre situaciones fuera de América Latina se expresarán ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Y si bien es loable la postura de Lacalle Pou y Talvi, la política exterior en derechos humanos, para ser coherente, debe aplicarse sin doble estándar. Pero es algo que en la práctica no hace casi ninguna democracia del mundo, pues priman los intereses por encima de los principios, siendo la dictadura china el caso más emblemático.
Al respecto, otra cuestión para considerar es la referencia de Talvi citando el informe elaborado por The Economist, el Índice de la Democracia, que califica a Cuba, Nicaragua y Venezuela como autocracias, y donde Uruguay está entre las pocas democracias plenas de la región. Sin embargo, el nuevo gobierno uruguayo tendrá que contemplar también la situación de otros países de América Latina, como Honduras y Guatemala, integrantes del Grupo de Lima, que aparecerán como autocracias junto a Cuba, Nicaragua y Venezuela, en la edición 2020 del Bertelsmann Transformation Index, índice que analiza y evalúa la calidad de la democracia, economía de mercado y la gestión política en 129 países en desarrollo y en transición.
Por su parte, el actual Canciller Rodolfo Nin Novoa, de la coalición frenteamplista que gobernó los últimos tres períodos en Uruguay, criticó la iniciativa del gobierno electo en Uruguay. Pero lo realmente criticable es que los gobiernos de Tabaré Vázquez y José Mujica (2005-2020) hayan sido cómplices frente a la erosión del estado de derecho en Venezuela, que la Intendencia frenteamplista haya declarado ciudadano ilustre de Montevideo al asesino de Daniel Ortega y también los estrechos vínculos de la izquierda oriental con la vieja dictadura militar cubana. En su apoyo a Cuba es todo un contrasentido que la coalición del Frente Amplio, que reúne a alrededor de veinte diferentes agrupaciones políticas, simpatice nada menos que ¡con un régimen de partido único!
Lo cierto es que en sus relaciones internacionales, un sector mayoritario del Frente Amplio, que incluye al sobrevaluado Pepe Mujica, demuestra su falta de convicciones democráticas. Por eso no cabe duda que desde la perspectiva del compromiso con los derechos humanos tiene coherencia la decisión de las nuevas autoridades uruguayas que asumirán el próximo 1 de marzo, al no invitar a los autócratas de la región a la asunción presidencial.
Es que habla mal de una democracia ejemplar el que le brinde “igualdad de trato y respeto” a autoridades de otros países que no surgieron de elecciones libres, íntegras y competitivas. ¿O caso está bien igualar a un presidente democrático con un autócrata? ¿Y no merecen respeto y solidaridad las víctimas de la persecución política y las violaciones de derechos humanos? Quienes sufrieron una dictadura lo tendrían que tener bien claro.
En todo caso, sería deseable que la actitud comprometida con la democracia y los derechos humanos por parte del gobierno multicolor uruguayo sea imitada por los países más respetuosos de las libertades fundamentales, para que no sea una postura excepcional en el ámbito regional e internacional, sino una política exterior común de las democracias.
Gabriel C. Salvia es Director General del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).[/SpanishArticle]