El principal riesgo que enfrenta la candidatura presidencial de Sebastián Piñera es el exceso de confianza entre muchos de sus simpatizantes y partidarios. Porque las elecciones no se ganan hasta que se terminan de contar los votos, Chile Vamos debiera arremangarse la camisa y salir a trabajar intensamente para que el 19 de noviembre la enorme ventaja que tiene Piñera en las encuestas pre-electorales se convierta en una mayoría incontrarrestable en votos. Porque no hay peor estrategia que vender la leche antes de ordeñar la vaca, la disputa creciente en filas de la derecha por los cargos en el gabinete —o por la candidatura presidencial de 2021— antes de ganar la elección no sólo desvía la atención de la meta en los días anteriores a la elección, sino que puede llevar a que el electorado demuestre, con su abstención o su voto por candidaturas alternativas, el rechazo a la actitud triunfalista que olvida que el 19 de noviembre —y no antes— el pueblo dará su veredicto soberano sobre quién deberá liderar los destinos del país por los próximos cuatro años.
AL igual que en 2005, 2009 y 2013, la primera vuelta de la elección presidencial está centrada más en quién obtendrá el segundo lugar que en qué candidato tendrá la primera mayoría relativa de la votación. Igual que en las tres contiendas presidenciales anteriores, el que lidera en las encuestas tiene una posibilidad no trivial de lograr una mayoría absoluta de la votación en primera vuelta. Comprensiblemente, sus partidarios y muchos de sus aliados quisieran evitarse la agotadora campaña de segunda vuelta y preferirían que la elección se acabe en noviembre, con una victoria clara. Pero al igual que en 2005, 2009 y 2013, la posibilidad de que el candidato que lleva la delantera gane una mayoría absoluta de los votos en primera vuelta parece ser más una aspiración de sus partidarios que una realidad probable. La presencia de candidatos ideológicamente afines al que lleva la ventaja siempre dificulta el camino a la mayoría absoluta en primera vuelta. SI bien es imposible descartar una victoria en primera vuelta, el escenario más probable apunta a una segunda vuelta el 17 de diciembre.
Es verdad que, a diferencia de 2005 y 2009, el hecho de que esta elección —igual que la de 2013— tenga un sistema de inscripción automática y voto voluntario hace imposible predecir el nivel de participación electoral. Las encuestas muestran que, a mayor participación, mayores las posibilidades de que haya una segunda vuelta. Si en cambio la participación vuelve a estar por niveles inferiores al 50% del padrón, aumenta la posibilidad de que Piñera logre la mayoría absoluta en primera vuelta.
La cercanía a ese mágico número que permitiría la mayoría absoluta de la votación lleva a muchos derechistas a convertir sus deseos en predicciones y a transformar su entusiasmo y ansiedad por volver al poder en una profecía.
Pero la inevitable incertidumbre que rodea a las elecciones —especialmente cuando el voto es voluntario— sugiere mayor cautela. Es más, el excesivo triunfalismo es una mala receta para afrontar las intensas últimas dos semanas de campaña. Porque sus rivales de izquierda compiten arduamente por el segundo lugar, resulta razonable esperar que haya una mayor participación electoral entre simpatizantes de ese sector que la que suele haber. La izquierda tiene mayores razones para ir a votar que la derecha. Los simpatizantes blandos de derecha pudieran suponer que la victoria de Piñera es irremontable y por lo tanto un número mayor de ellos pudiera optar por quedarse en casa. Si bien la derecha tiene más apoyo entre las personas de mayor nivel educacional y mayores ingresos —que en general votan más—, la izquierda tiene seis candidatos compitiendo por el segundo lugar, por lo que resulta lógico esperar que haya más activistas de izquierda movilizados motivando gente a ir a votar el 19 de noviembre.
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