La Pandemia de COVID-19 ha puesto de relieve, y de forma categórica, lo impredecible que es la vida social. Volver sobre cualquiera de las proyecciones, que se hacían en noviembre o diciembre de cara a este año 2020, deja en evidencia la imposibilidad humana de saber a ciencia cierta qué pasará en el futuro.
El Coronavirus nos ha devuelto a un cierto nivel de indefensión, y eso ocurre en todo el globo. Nadie está particularmente a salvo por tener una nacionalidad determinada, ni tampoco por ser de una clase social.
Como sociedad, los seres humanos veníamos de un largo período en el cual todo apuntaba al dominio humano sobre la tierra, a contar con la capacidad de la sanación a través de la ciencia y la idea de un desarrollo creciente, en la medida que avanzaba el tiempo. Muchos de estos conceptos deben estar en revisión en estos días. No somos otra cosa que frágiles seres humanos.
En medio de la Pandemia, y cuando aún está no está controlada del todo, dado que aún no hay seguridad en que tendremos (y para cuándo) una vacuna eficaz contra este virus, se comienzan a hacer proyecciones de distinta naturaleza.
La necesidad del ser humano de planificar el futuro, individual y social, no parece tener límites. Está en nuestra naturaleza.
Así ahora no pocos espacios periodísticos en diversos medios de comunicación se rellenan con pronósticos sobre la casi segura recesión económica, sobre cómo serán las relaciones interpersonales, sobre la dinámica laboral qué vendrá, sobre esto y aquello. Parece haber pronosticadores para cada ámbito de la vida humana.
El periodista en este tiempo, tan aturdido como cualquier ciudadano, viviendo además la realidad en este aquí y ahora, y no lo que había pensado que ocurriría en 2020, debe tomar con pinzas tanto pronóstico, tantas proyecciones que abundan en estos días.
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