Uno de los problemas más complejos que enfrentan los nuevos partidos políticos es que a menudo admiten como militantes a personas que tienen un conflictivo historial previo de militancia. Cuando un político inicia un nuevo emprendimiento, junto a los militantes nuevos sin militancia previa que entran al movimiento llegan aquellos que se han peleado con las agrupaciones en que participaron con anterioridad. Por eso, en un sistema de partidos institucionalizados como el chileno, si bien regularmente aparecen nuevos partidos y movimientos, resulta difícil que se consoliden en el tiempo. Las tensiones que generan los militantes con antecedentes políticos conflictivos a menudo terminan por matar a las nuevas organizaciones políticas.
Después de que por varias elecciones hubo dos coaliciones dominantes en el Congreso -la de derecha, compuesta por dos partidos, y la de centroizquierda, compuesta por cuatro (y cinco, desde la incorporación del PC en 2013)-, el actual tiene legisladores de 16 partidos. Si bien 123 de los 155 diputados militan en los siete partidos tradicionales (PC, PS, PPD, PR, PDC, RN y UDI), hay otros nueve con representación en la Cámara en este período.
En parte, el aumento en el número de partidos responde a los cambios en el sistema electoral. Mientras más proporcional el sistema, más baja la barrera de entrada para que un partido alcance su primer escaño. Si con el sistema binominal un tercio de los votos garantizaba un escaño en cada distrito, con la nueva forma electoral basta un 11,1% de los votos en los distritos con ocho diputados para asegurarse un escaño.
La mayor proporcionalidad del sistema tiene sus beneficios y costos. Por un lado, amplía el rango de partidos y movimientos que tienen voz y voto en el Congreso. Por otro, hace que sea más difícil que un solo partido o coalición tenga mayoría, por lo que dificulta la formación de acuerdos, en tanto hay más partidos sentados en la mesa.
Para leer más vista El Libero.