El síndrome Robespierre en la izquierda chilena

Ahora que el Frente Amplio demostró que hace política como todos los otros partidos siempre lo han hecho, es tiempo de abandonar el intento por convertirse en los paladines de la moral. De lo contrario, la contradicción entre lo que se predica y lo que se practica terminará por llevar al FA a la propia guillotina con la que ellos ahora quieren decapitar a los partidos tradicionales del país.

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La reciente polémica levantada por la forma en que el Frente Amplio (FA) optó por bajar la candidatura de Alberto Mayol a la Cámara de Diputados refleja el riesgo que implica que los partidos busquen establecer estándares éticos draconianos. Porque si los políticos fueran santos estarían en el Cielo y no buscando ganar elecciones, los partidos que establecen requisitos morales excesivos arriesgan caer en un espiral como el que llevó a Robespierre a, después de convertirse en el incorruptible de la Revolución Francesa, ser víctima de su propia caza de brujas.

Desde que se presentó como precandidato presidencial en las primarias del FA, el sociólogo Alberto Mayol adquirió un respetable capital político en una coalición que habían formado los diputados independientes Giorgio Jackson y Gabriel Boric. Como principal partido del FA, Revolución Democrática (RD) se sentía dueño tanto de la candidatura de Beatriz Sánchez como de la mayoría de los cupos a candidatos al Parlamento en los distritos con más posibilidades de apoyar a aspirantes de izquierda.

Después de que Mayol fue derrotado por Sánchez en las primarias, el plan diseñado por RD parecía funcionar a la perfección. Pero dando muestras de notable habilidad política, Mayol transformó su último lugar entre cinco candidatos el 2 de julio en una potente crítica a la hegemonía de RD en el FA. Al presionar por competir como candidato a diputado en el mismo distrito de Jackson, Mayol busca consolidarse como una voz influyente en el FA. Si le iba bien, podría desafiar el liderazgo del diputado RD. Y si no le iba tan bien, igual podría ganar un escaño en la Cámara arrastrado por la votación de Jackson. Aunque nadie sabe a ciencia cierta si éste mantendrá el apoyo que tuvo en 2013 —cuando compitió en un distrito protegido por la Nueva Mayoría—, la sensación predominante en el FA es que su diputado estrella será capaz de arrastrar al menos a un compañero de fórmula el 17 de noviembre.

Como la estrategia de Mayol obstaculizaba el plan de dominación hegemónica, RD buscó evitar esa candidatura. Para lograrlo, RD recurrió a las viejas e inevitables prácticas de la política tradicional. Se acusó a Mayol de una falta a la ética de la nueva política que presumiblemente deben tener los candidatos del FA, coalición que busca simbolizar dicha nueva política. Pero el solo hecho de querer descalificar a Mayol evidencia que el FA no difiere de otras coaliciones, ni RD es distinto a los partidos tradicionales. Porque desde que hay política los partidos deben disputar espacios de poder, es imposible que la promesa de ser diferente pueda ser materializada por las nuevas agrupaciones. A su vez, aunque los partidos políticos se construyan a partir de proyectos colectivos, la lógica de representación democrática obliga a que haya líderes más importantes que otros. Luego, si bien colectivamente un partido puede trabajar unido para ganar más poder, hay premios indivisibles asociados a ese espacio de poder. Por eso, lo que hizo Mayol, al desafiar a Jackson, gatilló una reacción de RD para defender el liderazgo del diputado en la coalición.

Después de todo, como la propia Beatriz Sánchez lo ha reconocido, su candidatura nació como un proyecto impulsado por los diputados Jackson y Boric. Aunque es improbable que Sánchez, después de las elecciones de noviembre, busque prolongar su liderazgo en el FA, la actitud de Mayol ahora demuestra que cuando las personas logran disfrutar el sabor del poder, a menudo quieren más.

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