Resulta incomprensible que, después de que las democracias latinoamericanas han producido tantos líderes personalistas que, con sus inclinaciones mesiánicas, dejaron de respetar las instituciones democráticas, todavía haya políticos chilenos que salgan corriendo a tomarse la foto con la versión más reciente del típico caudillo autoritario. Porque esa película ya la vimos tantas veces, y siempre terminó mal, éstos debieran demostrar que aprendieron las lecciones de la historia y que hoy rechazan a este tipo de cabecillas.
En vez de construir una democracia de instituciones, muchos países de América Latina han intentado construir democracias a partir de liderazgos personalistas que a menudo devienen en autoritarismos. Si bien históricamente hubo partidos personalistas en la región, la decreciente identificación con partidos políticos ha alimentado la aparición de líderes que prometen solucionar personalmente los problemas que aquejan al país. Lamentablemente, el fenómeno del caudillismo —y su acepción más amplia y confusa de populismo— no se circunscribe a un solo sector político. Tanto la izquierda como la derecha son susceptibles a caer presa de la fascinación con liderazgos caudillistas —o, porque no existe un mejor término, populistas.
Por cierto, el concepto de populismo ha sido sometido a un estiramiento conceptual tal que significa demasiadas cosas distintas para mucha gente. Las definiciones de populismo son tan variadas que el concepto no es útil —es un significante vacío. Usar la palabra populista es como usar la palabra huevón en Chile: su significado depende del contexto, de la entonación y, muchas veces, de la interpretación que le dé la audiencia.
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