Aunque en teoría es imposible estar bien con Dios y con el diablo, un país pequeño y con influencia limitada como Chile debiera intentarlo. O, al menos, debiera evitar quedar atrapado en medio del campo de batalla en que se enfrentan los dos super poderes del mundo.
Chile naturalmente está más cerca del modelo de democracia capitalista de Estados Unidos y nos une una larga historia de encuentros y desencuentros -con muchos más momentos buenos que malos-, por lo que no podemos correr el riesgo de que deje de considerarnos un aliado confiable. Pero como China es nuestro principal aliado comercial y la creciente influencia de ese país en América Latina se hace sentir con fuerza, tampoco queremos tensionar esta relación, que hasta ahora se ha centrado más bien en el intercambio comercial que tanto provecho nos ha traído.
Por eso, en su visita a China, el Presidente Sebastián Piñera no debiera ceder a la presión de Estados Unidos y cambiar su agenda original. Porque la mejor forma de seguir siendo amigos con países que tienen problemas entre sí es no involucrarse en ellos, Chile no debería aceptar que las relaciones bilaterales con ambos se vean contaminadas por los conflictos entre esas dos potencias mundiales.
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