Ante la amenaza de que la oposición en el Congreso optará por una estrategia obstruccionista, algunos en el gobierno sugieren que la mejor forma de evitar que el gobierno del Presidente Piñera pague los costos por las reformas que no podrán ser promulgadas como ley es que la gente castigue al Parlamento por su negativa a dialogar. Lamentablemente para este gobierno—y para cualquiera en el futuro— el hecho que Chile tenga ahora un sistema de representación proporcional más permisivo hace imposible que la ciudadanía recrimine a los parlamentarios.
Todos los sistemas electorales distorsionan la voluntad popular. Los mayoritarios, como aquellos que existen en Estados Unidos, Reino Unido o Francia, tienden a premiar a los partidos que obtienen la votación más alta, mientras los proporcionales, como el que existe en el país, buscan privilegiar una mayor diversidad en la cantidad de partidos y visiones que tienen representación parlamentaria. Hasta las elecciones de 2013, el sistema binominal combinaba algunos atributos de los sistemas mayoritarios —al elegir solo 2 escaños por distrito— y de los sistemas proporcionales —al evitar que la coalición con más votos se quedara con una mayoría abrumadora de los escaños. En la práctica, el sistema representaba un seguro contra la derrota. La coalición que sacaba la segunda mayoría relativa veía aumentar su representación en desmedro de las coaliciones y partidos menores.
Pero el sistema binominal tenía un pecado de origen: fue creado en dictadura, lo que hizo que la Concertación/Nueva Mayoría quisiera remplazarlo. Aunque el binominal efectivamente ayudó a mejorar la representación de la derecha en los primeros años después de la transición, en las últimas elecciones había favorecido también a la Concertación/Nueva Mayoría, siempre en desmedro de los partidos menores y candidatos independientes.
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