The G20, civil society, and democratic commitment

As many governments are questioning the value of democracy, civil society has emerged as the main force to ensure compliance with democratic principles worldwide. Still, it’s unclear how much influence it can have on November’s G20 Summit in Argentina.

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Given the high expectations for the November G20 Summit in Argentina, we should ask whether the intergovernmental forum can contribute to improving the wellbeing of people around the world, as has been the proposed purpose of the summit for almost two decades.

Initially, the G20 emerged to address global economic and financial issues, but as it incorporates new issues into its agenda—this year’s agenda is dedicated to reviewing issues such as the future of work in the age of automation, development of infrastructure, and securing a sustainable food future—the annual confab of economic powerhouses cannot ignore that in several member countries, authoritarianism prevents the exercise of internal political debate.

In turn, a new wave of authoritarian leaders around the world, including in Latin America, are limiting local civil society organizations by restricting freedoms of association, expression and assembly.

However, despite being one of the many areas that now make up the G20—Civil Society Organizations (CSOs) convene as part of the C20—this central issue has not been considered when analyzing fundamental issues to progress towards development and people’s well-being, including anti-corruption efforts, climate change and its consequences, education, gender equality, infrastructure and investment, and the adoption of technology and automation.

The relationship and importance of CSOs to democracy and to economic growth (and therefore to the G20) is articulated most clearly in the Universal Declaration on Democracy, adopted by the Inter-Parliamentary Union on September 15, 1997 in Cairo, Egypt.

The adoption of this declaration led the UN to name September 15 as the International Day of Democracy. But beyond celebrating a world anniversary, the most significant achievement of the 27 articles that make up the declaration is the recognition of democracy as a condition for achieving peace and economic, social, and cultural development.

The declaration is also one of the first international instruments to recognize non-governmental organizations as actors that work in favor of democracy and human rights. More than 20 years after its creation, today more than ever, the work of these organizations is essential to guarantee “solidarity to all victims of human rights violations in undemocratic regimes.”

However, in the package of recommendations issued by the C20 following their meetings in Buenos Aires in this month, the word “democracy” only appears once, in the section on “Taxes and Inequality.” It’s worrisome that the CSOs participating in the C20 in Buenos Aires themselves failed to put a greater emphasis on democracy as a response to the various issues to which the summit is dedicated, especially if the central objective of the annual summit is to ensure the welfare of all people.

It’s too bad that the C20 failed to raise its collective voice to demand respect for the freedom of association, expression, and assembly in several of the countries that make up the G20, including Saudi Arabia, China, Russia and Turkey, all of which strictly limit the existence of independent CSOs.

At a time when democracy is regressing globally, it’s crucial for civil society to step up and affirm international commitment to democracy and solidarity with victims of authoritarianism. This message would have been especially well received in Argentina, which is still healing from its brush with dictatorship. If civil society continues to fail to do so, the G20 can hardly make a difference in its original goal: improving the welfare of the most vulnerable people around the world.

Victoria Gaytan is Program Manager at Global Americans.

Gabriel C. Salvia is the Director of the Center for the Opening and Development of Latin America (CADAL).

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Entre tantas expectativas por la Cumbre del G20 en la Argentina, corresponde plantearse si este foro intergubernamental podrá contribuir globalmente a mejorar el bienestar de las personas tal y como se propuso desde hace casi dos décadas.

Inicialmente el G20 surgió para abordar cuestiones económicas y financieras globales, pero a medida que incorpora nuevos temas a su agenda—este año se ha priorizado revisar temas como el futuro del trabajo, infraestructura para el desarrollo y un futuro alimentario sostenible—no puede ni debe desconocerse que en varios países miembro, el autoritarismo impide el ejercitar el debate político interno.

A su vez, la reaparición y fortalecimiento de líderes autoritarios en el mundo, y específicamente en América Latina, limita la acción de la sociedad civil, cuya existencia requiere que se reconozca y garantice el ejercicio de la libertad de asociación, expresión y reunión.

Sin embargo, en uno de los tantos ámbitos que ahora conforman el G20—como ha sido el de las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) denominado C20—al parecer no se ha considerado esta cuestión central al analizar temas fundamentales para progresar hacia el desarrollo y bienestar de las personas, como lo son la anti-corrupción, el clima y sus efectos adveros, la educación, la igualdad de género, la infraestructura e inversión, y la adopción de  tecnología y la digitalización de cara al futuro.

A los efectos de cuestionar, desde la perspectiva democrática, la viabilidad política del G20 y el papel de las OSC sobre la agenda y compromisos a futuro, es oportuno entonces rescatar la Declaración Universal sobre la Democracia adoptada por la Unión Interparlamentaria Mundial el 15 de septiembre de 1997 en El Cairo, Egipto.

La adopción de esta declaración llevó a la ONU a instituir al 15 de septiembre como el Día Internacional de la Democracia. Pero mas alla de celebrar una efeméride mundial, el logro mas significativo de los 27 artículos que conforman la declaración es el reconocimiento y colocación de la democracia como condicionante para lograr la paz y el desarrollo económico, social y cultural.

Asimismo, la declaración es uno de los primeros instrumentos a nivel internacional en reconocer a las organizaciones no gubernamentales somo actores que trabajan en favor de la democracia y los derechos humanos. A mas de 20 años de su conformación, hoy mas que nunca resulta imprescindible la labor de dichas organizaciones para garantizar “solidaridad a todas las víctimas de violaciones de los derechos humanos en regímenes no democráticos.”

Sin embargo, en el paquete de recomendaciones emitidas por el C20 como resultado de sus reuniones transcurridas en agosto, la palabra “democracia” solamente aparece una vez en el apartado sobre “Impuestos y Desigualdad”. En consecuencia, resulta preocupante que las OSC que participan del C20 en Buenos Aires no pongan un mayor énfasis en la democracia como respuesta a los diversos temas bajo análisis, más si el objetivo central es el de velar por el bienestar de todas las personas.

Asimismo, hubiera sido deseable que el C20 alzara su voz reclamando por el respeto a la libertad de asociación, expresión y reunión en varios países que integran el G20, como Arabia Saudita, China, Rusia y Turquía, por mencionar los casos más notorios donde se prohíbe la existencia de OSC independientes.

En un momento en el cual la democracia se encuentra en retroceso a nivel mundial y con gobiernos que cuestionan su validez universal, desde la sociedad civil independiente en países marcados por el paso de la dictadura—como es el caso de la Argentina—se requiere de una mayor solidaridad internacional y compromiso democrático con las actuales víctimas del autoritarismo. De lo contrario, difícilmente el G20 podrá marcar la diferencia en el bienestar de las personas mas vulnerables.

Victoria Gaytan es Gerente de Programa en Global Americans.

Gabriel C. Salvia es Director General del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).[/SpanishArticle]

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