La actitud de una buena parte de la oposición ante la respuesta del gobierno a la pandemia equivale a la acción irresponsable y autodestructiva de un pasajero que quiere hundir el barco simplemente porque no le gusta el capitán. Si bien es evidente que el gobierno ha cometido errores —y que en algún momento pecó de optimismo excesivo al actuar como si estuviéramos saliendo de la pandemia—, los datos confirman que, aunque el virus también ha mostrado su letal poder en Chile, nuestro país no tiene que lamentar las tasas altísimas de fatalidades que se están viendo en la región. Porque, independientemente de la opinión que tengamos sobre el capitán —o de qué tanto compartamos su estilo o sus visiones políticas—, para que Chile pueda llegar a puerto seguro en la lucha contra el coronavirus, todos necesitamos que el capitán haga bien su trabajo y, por sobre todo, que nadie quiera hundir al barco solo para arruinarle la carrera.
Siempre es difícil predecir qué impacto va a tener una tormenta cuando se está en medio de ella. El costo que tendrá el coronavirus en número de vidas dependerá, en última instancia, de qué tanto colabore la población nacional con los instructivos del gobierno y con las políticas de salud que se implementen para combatirlo. De poco sirve que el gobierno anuncie políticas adecuadas si la población no hace su parte. Aunque algunos sienten la tentación de que el Estado comience a usar la mano dura para imponer una cuarentena estricta y para hacer cumplir las políticas de distanciamiento social, la verdad es que ningún país en el mundo tiene la capacidad para obligar a la población a tomar las medidas que individualmente debe tomar cada persona y cada familia para protegerse y cuidarse. El Estado puede mostrar el camino y acompañar a la gente. Pero los ciudadanos no son borregos que puedan ser pastoreados por un Estado protector. Si la gente no se cuida, da lo mismo que se implementen las mejores políticas públicas para combatir la pandemia.
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