A menos de cien días para las elecciones presidenciales en Estados Unidos, los gobiernos de América Latina continúan brindándole concesiones a Donald Trump. Sin embargo, el ex vicepresidente Joe Biden se encuentra ante la gran oportunidad de ganar la contienda electoral en noviembre. En las últimas semanas, Trump postuló a su fiel amigo Mauricio Claver-Carone a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo. Esta nominación no tuvo repercusiones diplomáticas y tampoco se generaron esfuerzos coordinados para defender un espacio tradicionalmente ocupado por un representante de la región. Por otro lado, el gobierno de México coordinó la visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a la Casa Blanca para celebrar la renovación del tratado de libre comercio (TLC). Esta reunión ni siquiera trató el maltrato de los migrantes en Estados Unidos, algo que desproporcionadamente afecta a gran parte de la diáspora mexicana en ese país. Estos eventos parecen indicar que los gobiernos de la región no están considerando seriamente varios factores del panorama político de Estados Unidos, que muestran la victoria del candidato demócrata en solo pocas semanas.
El coronavirus ha desenmascarado grandes problemas de inequidad social y ha hundido la economía del país dejando a más de 30 millones de ciudadanos estadounidenses desempleados. La respuesta de Trump y su partido ha sido desastrosa, y ha revelado falta de estrategia nacional coordinada para mitigar las consecuencias de la pandemia y eventualmente detenerla. El presidente y sus aliados republicanos ignoraron a la comunidad científica: politizaron el uso de las máscaras, promocionaron medicinas alternativas irresponsablemente, e incluso impulsaron políticas para restringir el acceso a seguros médicos en plena crisis. Hoy en día el coronavirus crece exponencialmente con más de 5 millones de infecciones confirmadas y más de 162,000 muertes a nivel nacional. Estas cifras afectan de forma desproporcionada a comunidades vulnerables, entre los que se encuentran mayoritariamente afroamericanos y latinos. Aunque Trump intentó usar su retórica populista para continuar dividiendo al país en plena campaña electoral, su incapacidad de responder ante la inédita crisis sanitaria y económica tendrá inevitables costos políticos en las elecciones.
Además de la pandemia, las elecciones de este año tienen una dinámica muy característica que refleja cambios en el ambiente político de Estados Unidos. En el 2016 Hillary Clinton ganó el voto popular, pero perdió Estados claves del colegio electoral por márgenes muy pequeños. Donald Trump ganó esas elecciones juntando el voto de ciudadanos independientes con militantes republicanos unidos detrás de su candidato. Hoy en día, la frustración y angustia de los últimos tres años se refleja en el electorado independiente que ya no apoya al presidente de turno en las encuestas. Además de esto, el partido Republicano está fracturado entre los militantes de la derecha radical y un ala centrista que hoy en día apoya al candidato del partido opositor. Los grupos disidentes están sacando duras publicidades políticas por TV y en redes sociales, incluyendo al Proyecto Lincoln, Votantes Republicanos Contra Trump, y al grupo del expresidente George W. Bush, quienes apoyan financieramente la campaña de Joe Biden. Por más apoyo que Donald Trump reciba de Fox News y otros medios propagandísticos controlados por la extrema derecha de Estados Unidos, la falta de una coalición electoral sólida compromete seriamente su reelección.
El último factor clave para las elecciones presidenciales son los movimientos de base que reflejan el cambio demográfico, y que tuvieron un gran impacto político en todo el país. La elección de Donald Trump despertó al activismo cívico, político y de las minorías primordialmente afectadas por sus políticas divisorias, excluyentes y racistas. Esta nueva fuerza se ha manifestado en las calles durante las movilizaciones multitudinarias e históricas. Entre ellas, se encuentran la marcha de las mujeres, las manifestaciones en contra de la adquisición de armas de fuego, y las protestas contra el racismo detonadas a partir del asesinato de George Floyd. La nueva generación de activistas ha logrado demostrar su poder de convocatoria en momentos claves. También, ha canalizado su energía a través de la política local, estatal y nacional al postular y promover candidatos (jóvenes y mujeres en gran número) fielmente representantes de sus comunidades. El movimiento progresista ganó la Cámara de Diputados en el 2018, retomó su poder en las legislaturas estatales, y ha puesto en juego a Estados claves del colegio electoral como Florida, Pennsylvania, Michigan, Ohio, Wisconsin, y Texas. Dado que el candidato demócrata unió rápidamente a su partido después de su postulación, Joe Biden tendrá aliados en estas nuevas fuerzas políticas que lo impulsarán hacia la Casa Blanca.
Al considerar seriamente estos factores influyentes en estas elecciones presidenciales, los gobiernos Latinoamericanos deberían comenzar a contemplar lo que implicaría una transición del poder en Estados Unidos. La experiencia del ex vicepresidente Joe Biden, quien estuvo a cargo de la política exterior de la región durante la Administración Obama, podrían guiarnos hacia donde soplan los vientos de cambio. Según las tendencias previas, establecería una visión más comprensiva, igualitaria y de alianzas colaborativas con diferentes gobiernos de la región. También priorizaría el desarrollo económico, el fortalecimiento del sistema interamericano y la asistencia para aliviar el impacto catastrófico de la pandemia. El nuevo gobierno seguramente apoyaría a que los actores políticos fortalezcan la institucionalidad de la democracia y los Derechos Humanos, brindando más estabilidad política Latinoamérica. La visión también llevará reformas económicas que pueden implicar más inversiones en la región, especialmente para mitigar las consecuencias negativas del cambio climático. Por último, la lucha contra la corrupción, el fortalecimiento de los sistemas de justicia, el desarrollo económico en Centroamérica, y los temas de seguridad en México también regresarían a la agenda de la política externa. Con este panorama por delante, los líderes de la región deberían comenzar a delinear sus prioridades y posturas en relación al gobierno actual, ya que en pocas semanas vendrá un cambio inevitable en Estados Unidos.
Patricio Provitina es politólogo y analista de la coyuntura global Latinoamericana. Lo expresado es opinión personal del autor. Síganlo en Twitter @pprovitina.