La profunda crisis por la que atraviesa la Democracia Cristiana otorga una inmejorable oportunidad a Chile Vamos para ampliar su base de apoyo y transformar su reciente mayoría electoral en una mayoría política duradera. Si bien simbólicamente resulta útil reclutar a figuras del PDC en las filas de Chile Vamos, es más importante atraer votantes moderados que se sientan incómodos con la creciente izquierdización de ese partido.
En la Guerra Fría, la postura de tercera vía del PDC —una opción capitalista que incorpora elementos de las demandas socialistas— se convirtió en una alternativa política atractiva en el mundo entero. Pero a partir de los 90, cuando todos los partidos se movieron hacia el centro, el mensaje democratacristiano se convirtió en el mensaje de todos. Si bien las ideas del PDC ganaron, el desempeño electoral del partido empeoró en la medida que no tenía una plataforma diferenciadora clara.
En Chile, producto de que la dictadura empujó al partido a una coalición con la izquierda fundada en la defensa de la democracia y los derechos humanos, el PDC se posicionó en la izquierda, liderando la Concertación en sus primeros diez años de vida y después asumiendo un rol secundario en esa coalición de centroizquierda. En 2014, la Nueva Mayoría remplazó a la Concertación con una coalición más izquierdizada, que tras la derrota de 2017 parece querer correrse todavía más a la izquierda. Eso, obviamente, genera tensiones adicionales en la Democracia Cristiana.
La izquierdización de la Concertación-NM comenzó a incomodar al ala centrista del PDC. Pero en 2013, cuando la candidatura de Michelle Bachelet auguraba jugosos premios en escaños en el Congreso y cargos en el gobierno, el partido aceptó la izquierdización como el costo a pagar para volver al poder, aunque fueran socios minoritarios en la coalición. A mitad de camino, la izquierdización de la NM aumentó las tensiones en el PDC: aquellos con cargos en el gobierno optaron por mantenerse en la coalición, pero los DC que no dependían del gobierno —incluidos muchos tecnócratas que ya habían construido sus propias fuentes de poder e influencia— presionaron por romper con la NM y buscar una vía propia. El pésimo resultado electoral de esa alternativa, irónicamente, afectó más al ala izquierdista del PDC —que dependía de los cargos públicos— que al ala centrista, la cual, de hecho, veía con buenos ojos pasarse un tiempo fuera del poder para separar aguas con la izquierda de la Nueva Mayoría.
Pero como los espacios de poder político del PDC están ocupados por representantes del ala izquierdista —especialmente en el Senado—, la derrota de 2017 llevó al partido todavía más a la izquierda; los centristas terminaron yéndose o amenazando con irse. La crisis del partido no es terminal: el PR ha seguido existiendo como partido pequeño 66 años después de perder su última elección presidencial.
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