La derecha y el No al proceso constituyente

Buena parte de los altos personeros de gobierno aparecen ahora interesados en facilitar el avance del proceso constituyente. Pero, como todo converso reciente, caen en el error de subestimar los riesgos y hacer vista ciega a los efectos perversos que implica la incertidumbre de derribar una casa sin tener un plano de la nueva casa que queremos construir.

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Si damos validez a las encuestas de opinión que han circulado hasta hoy, una amplia mayoría de los chilenos votará a favor de iniciar un proceso constituyente en el plebiscito del 26 de abril de 2020. Muchos en la derecha sugieren que, dado que el proceso parece inevitable, es mejor subirse a esa ola para tratar de administrar el avance del proceso. Pero ya que el 26 de abril solo se decide si se inicia el proceso, parece mucho más razonable que aquellos que quieren mejorar el país (no hacerlo de nuevo) voten por rechazar el inicio del proceso constituyente. Solo así podrá escucharse fuerte y claro el mensaje de que hay una oposición fuerte a la idea de empezar todo desde una hoja en blanco.

Después de haber ganado la contienda presidencial —no la parlamentaria— de 2017 con un mensaje de más crecimiento para hacer el modelo social de mercado más inclusivo, el gobierno del Presidente Piñera rápidamente perdió la brújula al llegar al poder. En vez de sumar al gabinete a alcaldes de derecha -que, teniendo calle, pudieron implementar las herramientas del modelo de libre mercado y habían ganado elecciones gracias a los buenos resultados-, optó por uno de tecnócratas. No resultó sorpresivo que, al poco andar, se encontrara entre la espada y la pared, liderando una economía sin dinamismo y con altos niveles de desaprobación. Cuando se produjo el estallido social del 18 de octubre, ya era demasiado tarde para reaccionar.

En estos dos meses, el gobierno ha sufrido un trauma. Eso lo lleva a tener sentimientos de culpabilidad, negación y rechazo hacia los otros. A veces, estos sentimientos se mezclan. Como el trauma ha sido prolongado, y como las manifestaciones sociales —pero también la violencia— han forzado al gobierno a abandonar su hoja de ruta y a administrar una serie de reformas a las que siempre se opuso (y que fueron derrotadas en la elección presidencial de 2017), al menos algunos miembros del gobierno ahora parecen haber desarrollado también el síndrome de Estocolmo. En vez de seguir luchando por los valores que, presumiblemente, inspiran a la derecha —la libertad, la ampliación y profundización de mercados competitivos, el fortalecimiento de un estado pequeño pero eficiente en su capacidad regulatoria— hay muchos miembros del gobierno que parecen más interesados en satisfacer las vociferantes demandas de la calle y no en cumplir las promesas a esa mayoría electoral que los votó.

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