La elección interna de la UDI

El escándalo de la frustrada votación online demostró que la disputa entre Jacqueline Van Rysselberghe y Javier Macaya se redujo a quién podía movilizar más votos, no quién tenía mejores ideas para reinventar a la UDI como un partido conservador en sus valores, pero moderno en su estructura, estrategia y mensaje.

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Cuando los partidos tienen elecciones competitivas, las visiones contrapuestas sobre el mejor camino a seguir para aumentar el poder e influencia hace que la tensión de una elección produzca efectos positivos en la vida militante. Pero cuando la tensión se reduce a quién va a conducir el partido por la misma hoja de ruta de siempre, entonces los conflictos tienden a confirmar esa conocida ley de la política de que la intensidad del conflicto es inversamente proporcional a lo que está en juego. Mientras menos importante, más violento será el combate. La disputa por la presidencia de la UDI, que tocó fondo con la frustrada elección del domingo recién pasado, evidencia la crisis del partido que alguna vez tuvo la bancada legislativa más importante en el país.

Desde su fundación en dictadura, y en particular a partir de la férrea defensa del legado autoritario durante la transición, la UDI fue el partido más identificado con la figura del dictador Augusto Pinochet. Si bien su representación parlamentaria fue menor que la de RN en el primer periodo democrático, el liderazgo de Jaime Guzmán le permitió a la UDI posicionarse como un partido clave. La negociación secreta de Guzmán con la Concertación en marzo de 1990 le permitió al PDC alcanzar la presidencia del Senado —lo que hizo posible que el DC Gabriel Valdés le entregara la banda presidencial a su camarada Patricio Aylwin— y, formalmente, inauguró la democracia de los acuerdos.

La UDI logró frustrar las aspiraciones presidenciales de RN en 1993 y terminó imponiendo la candidatura de Joaquín Lavín en 1999. Si bien muchos en la UDI insisten en que en esa elección se produjo un empate, la derrota de Lavín en segunda vuelta mostró el límite de la estrategia de despolitización de la lógica de solucionar los problemas reales de la gente —en contraposición a la campaña de Ricardo Lagos, que buscaba también hacerse cargo de los problemas pendientes de la transición a la democracia, incluida la presencia de senadores designados y enclaves autoritarios de la dictadura.

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