Ahora que el ex Presidente Ricardo Lagos evitó declarar que votará por Alejandro Guillier en la primera vuelta de noviembre, los simpatizantes de la vieja Concertación se pueden sentir en libertad de acción. Porque Guillier se resiste a ser el candidato de la Concertación y porque la Nueva Mayoría es un proyecto electoral fracasado, la centroizquierda chilena parece encaminada a su peor desempeño electoral desde el retorno de la democracia.
El rápido ascenso de Alejandro Guillier en la carrera presidencial a partir de fines de 2016 ha sido un memorable episodio de especulación electoral. Cuando subía como burbuja en los sondeos, la izquierda de la Nueva Mayoría —en especial el PS— optó por nominarlo como su candidato presidencial. Aunque el partido ahora dice que no pone atención a las encuestas, la decisión de nominar al senador por Antofagasta se basó exclusivamente en sondeos. Para usar un lenguaje financiero —que los militantes del PS deben entender, en tanto su partido es el que más patrimonio bursátil posee—, el PS compró acciones de Guillier cuándo éstas estaban en su máximo histórico.
En vez de optar por el camino razonable de no apoyar a ninguno de los dos candidatos y llamar a que la gente decidiera el nombre del candidato en las primarias del 2 de julio (cuestión que, en su momento, varios sugerimos), el PS decidió matricularse con Guillier y desechar a Lagos. El silencio cómplice del propio Guillier —que no hizo ningún esfuerzo público por inducir al PS a apoyar a Lagos o a insistir en que el candidato se decidiera en primarias abiertas— ayudó a empeorar la situación del ex Mandatario. Días después de que el PS nominara a Guillier como su candidato, Lagos se retiró de la carrera presidencial. Por acción u omisión, Guillier terminó tirándole la cadena a Lagos y permitió que la decisión del PS arrinconara al ex Presidente y lo obligara a una deshonrosa bajada de su candidatura. El mejor camino hubiera sido que Guillier golpeara la mesa, forzara primarias en su coalición y le ganara democráticamente a Lagos la nominación de su coalición. Derrotado en justa lid, Lagos tendría que haber dado su incondicional apoyo al ganador de las primarias del 2 de julio.
Después de haber cometido ese error inicial, Guillier no ha sabido o no ha querido recomponer las relaciones con Lagos. Aunque han pasado cinco meses desde que se bajó, Guillier ha desaprovechado oportunidades para intentar acercarse a Lagos y para atraerlo a su equipo de campaña. Anticipando que toda la izquierda cerrará filas detrás de cualquier candidato que enfrente a Piñera en segunda vuelta, Guillier apuesta a que él obtendrá el segundo lugar y que el resto ocurrirá de forma natural. Pero bien pudiera ser que Piñera gane en primera vuelta, que sea otro el candidato de izquierda que clasifique al ballotage o que la votación de Guillier —aun si obtiene el segundo lugar— sea tan baja que le resulte imposible alcanzar a Piñera en segunda vuelta. Un buen político no deja que las cosas ocurran al azar. Por eso, tendría todo el sentido del mundo que Guillier hubiera hecho especiales gestos hacia Lagos, cortejando su apoyo. Pero el senador no es un buen político.
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