La iglesia evangélica como grupo de presión

Si los evangélicos que participan del Te Deum optan por convertir esa ceremonia de acción de gracias en una oportunidad para hacer proselitismo político, el acto rápidamente va a perder su condición de evento simbólico de la nación y se convertirá en un evento político comparable a la reunión anual de la Sofofa, la cena de la minería o los actos de la CUT del 1 de mayo.

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La polémica que se produjo por los insultos que fueron proferidos contra la Presidenta Michelle Bachelet en el Te Deum Evangélico confirman que ese evento presumiblemente religioso, cuyo objetivo debe ser  la petición a Dios para que bendiga al país, ha devenido en un encuentro militante de un grupo de presión comparable a una asociación gremial, sindicato o federación de estudiantes. Porque los líderes evangélicos convirtieron una ceremonia religiosa en una oportunidad para hacer proselitismo político, promover candidatos y criticar las prioridades de un gobierno legítimo y democráticamente electo, el único error que cometió la Presidenta Bachelet ese domingo fue no haberse retirado antes.

En un país en que existe separación entre la iglesia y el Estado, hay que ser cuidadoso con el papel que tiene el libre ejercicio de la religión. Por cierto que todos los credos tienen derecho a expresar sus posturas.  Como cualquier otro grupo de interés en la sociedad, las iglesias tienen derecho a organizarse y defender colectivamente sus principios. Pero, al convertirse en un grupo de presión, los grupos religiosos pierden ese espacio de privilegio que poseen las organizaciones religiosas que dotan de espiritualidad al debate público. Cuando un líder religioso eleva una plegaria pidiendo la protección de Dios sobre la patria, incluso los no creyentes pueden valorar la intención de desear que el país avance por un sendero de paz y justicia. En esa dimensión, es perfectamente razonable que las autoridades del país asistan participen de ceremonias religiosas en momentos importantes.

Las iglesias evangélicas tienen derecho a tener posiciones políticas. En general, los protestantes y evangélicos tienen posiciones conservadoras en lo valórico y liberales en lo social. En el mundo evangélico, hay tanto descontento con la ley de aborto en tres causales como con las paupérrimas pensiones que reciben cientos de miles de jubilados. Aunque las encuestas muestran que el apoyo a legalizar el aborto en las tres causales entre los protestantes es comparable al que existe en el resto de la población, el liderazgo de las iglesias en general tiene posturas militantemente opuestas a esos proyectos liberales. Los que se oponen a esas iniciativas tienen todo el derecho a expresar su opinión.

Pero no corresponde que alguien busque arrogarse la representación de todos los evangélicos del país.  Así como la CUT no habla por todos los trabajadores de Chile, el Te Deum evangélico no representa la visión de todos los protestantes del país. A diferencia de la Iglesia Católica, que es una sola en todo el país, las iglesias protestantes tienen una enorme diversidad. Cualquier pastor o ministro que diga representar a la Iglesia evangélica está, si no mintiendo, cuando menos aprovechándose del desconocimiento de la gente. Así como el pastor Soto —desafortunadamente el pastor evangélico más infamemente conocido del país— no habla por todos los evangélicos, ninguno de los participantes del Te Deum hablan por todo el pueblo evangélico. De hecho, si bien hubo algunos oradores que criticaron duramente en términos políticos a la Presidenta, hubo otros cuyo mensaje fue mucho más moderado y conciliatorio.

Así como los empresarios pueden expresarse a través de sus gremios, los trabajadores a través de sindicatos, los estudiantes a través de federaciones y los pobladores a través de juntas de vecinos, los creyentes pueden agruparse en torno a sus iglesias para defender sus principios y valores. Pero si las iglesias evangélicas que participan del Te Deum optan por convertir esa ceremonia de acción de gracias en una oportunidad para hacer proselitismo político, el acto rápidamente va a perder su condición de evento simbólico de la nación y se convertirá en un evento político comparable a la reunión anual de la Sofofa, la cena de la minería o los actos de la CUT del 1 de mayo.

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