En un sistema fuertemente presidencial como el chileno, el gabinete de ministros solo tiene capacidad de ejercer el poder político que ostenta el primer mandatario y avanzar la hoja de ruta que define la presidencia. Cuando La Moneda ha perdido poder, es iluso creer que un cambio de gabinete logrará restituirlo. Ya que la Presidenta Bachelet lleva meses sufriendo el síndrome del pato cojo, resulta inútil apostar a que un cambio de gabinete revertirá su decreciente cuota de poder. Para todos los efectos prácticos, este gobierno ya puede darse por finalizado. Aunque la bipolaridad de anunciar que las reformas ya se acabaron y, por otro lado, seguir impulsándolas seguirá caracterizando el accionar del gobierno.
La segunda presidencia de Michelle Bachelet pasará a la historia por la errada lectura que hizo la mandataria sobre el momento por el que atravesaba el país y por la hoja de ruta que diseñó su gobierno para abordar los desafíos en su cuatrienio. Aunque correctamente leyó que los chilenos estaban descontentos con la situación actual y querían un cambio, Bachelet erró en su interpretación sobre la causa del descontento y sobre qué cambio querían los chilenos. En vez de avanzar hacia un modelo de libre mercado con mayor inclusión social y menos abuso, Bachelet pensó que los chilenos querían ver más Estado en todas las dimensiones de su vida. De ahí que sus reformas buscaron reducir la presencia del mercado y ampliar la del Estado. Los resultados de esas reformas han sido, para decirlo sin medias tintas, desastrosos. La economía del país se frenó, la gente ha visto aumentar su frustración y las soluciones que Bachelet prometió no se materializaron.
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