El movimiento feminista de 2018 tenía todas las condiciones para convertirse en un catalizador de cambios positivos en la sociedad que disminuyeran los abusos, mejoraran la inclusión e igualaran la cancha a favor de las mujeres. Sin embargo, su radicalización por parte de aquellas personas que quieren igualar el machismo al capitalismo y al neoliberalismo está amenazando con extremar el movimiento, al punto de que éste arriesga convertirse en una protesta contra el modelo más que en un esfuerzo por hacer que el modelo funcione mejor para las mujeres chilenas.
Precisamente porque cada país tiene su propia idiosincrasia, los movimientos estudiantiles en Chile parecen convocar automáticamente la simpatía de mucha gente que ve en los estudiantes a los líderes que quieren crear un mejor país. En años recientes, las marchas estudiantiles tomaron banderas que eran abiertamente de izquierda y que buscaban transformar —si no derrumbar— el modelo económico de libre mercado implantado en dictadura, y perfeccionado por gobiernos de izquierda y de derecha desde el retorno a la democracia. Así, por el ejemplo, las protestas contra el lucro en la educación inevitablemente terminaron por polarizar a la opinión pública en torno a la validez moral de lucrar en la provisión de servicios educacionales. En tanto, las marchas a favor de la gratuidad polarizaron a la población en torno a cómo usar de mejor forma los escasos recursos fiscales en educación. Mientras unos enfatizaban la importancia de consolidar la educación como la vía de acceso a una economía de mercado —y otros veían a la educación gratuita como un derecho social inalienable—, otros correctamente apuntaban a los efectos perniciosos que tendría la gratuidad universitaria sobre la desigualdad (dado que los más pobres están subrepresentados entre los que terminan el colegio y tienen menor posibilidad de acceder a educación superior).
Las protestas contra el lucro en la educación polarizaron a la opinión pública en torno a la validez moral de lucrar con los servicios educacionales. Las marchas a favor de la gratuidad polarizaron a la población en torno a cómo usar de mejor forma los escasos recursos fiscales en educación”.
Por eso, las marchas feministas que buscaban terminar con las distintas formas de discriminación hacia la mujer aparecieron este año como una oportunidad para unir segmentos importantes de la sociedad —que no siempre concuerdan en sus posturas ideológicas— en favor de una causa incuestionablemente justa. Desde aquellos que creen que la economía de mercado es la mejor receta para convertir a Chile en un país más desarrollado y más justo, hasta los que creen que el machismo es resultado del capitalismo (o al menos es exacerbado por el capitalismo), había un tremendo espacio para concordar posturas y apoyar propuestas que nivelaran la cancha a favor de las mujeres y terminaran con prácticas legales y tradiciones enraizadas en la sociedad que han mantenido a la mujer en una condición de desventaja. La frescura del movimiento feminista es que no había un enemigo fácilmente identificable y que, mejor aun, todos podíamos ser parte de la solución, incluso si no comulgábamos con la misma ideología.
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