Como muchos venezolanos tengo un sabor amargo en la boca. Cualquier ámbito de la vida nacional que se mire la palabra que lo identifica es crisis. Estamos en medio de lo que es la más severa crisis, dicen mis amigos historiadores, desde el siglo XIX venezolano. Esta crisis es una herencia directa del chavismo, como modelo político, económico y social. Nunca voté por el chavismo, pero no dejo de compartir la amarga situación en la que vivimos hoy los venezolanos. Padecemos las consecuencias de un proyecto fracasado. Se trató de una revolución, sólo en el discurso, y termina hoy el país en una suerte de involución en todo sentido.
La revolución prometió acabar con la pobreza. En medio del boom de los altos precios petroleros se logró distribuir más recursos entre los pobres, efectivamente eso ocurrió, pero no implicó sacarlos de la pobreza. No hubo un combate real a las causas de la pobreza en Venezuela, creando empleo productivo y bien remunerado. La redistribución sólo fue efectiva cuando el barril de petróleo estaba por encima de los 100 dólares, una vez que pasamos a la época de las vacas flacas se derrumbó ese sistema de planes sociales apalancados exclusivamente en el boom petrolero. Hoy la pobreza está en niveles similares a los de 1998, pero con el agravante de que se agudiza la crisis social de forma acelerada.
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