La forma en que el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet ha intentado materializar su promesa de gratuidad en la educación superior se parece al juego de la ruleta rusa. Con cada traspié en el diseño del nuevo sistema varía el universo de los estudiantes que podrán estudiar sin tener que endeudarse ni depender de becas indexadas a un arancel de referencia. La improvisación con que el gobierno está diseñando la política pública más simbólica de su cuatrienio permite anticipar que cuando comience la implementación de la gratuidad a partir de marzo de 2016, los obstáculos que siempre son mayores que en la etapa de diseño, harán que la promesa de gratuidad se convierta en un Transantiago de proporciones nacionales y mucho mayores que la desastrosa puesta en marcha del sistema de transportes en la Región Metropolitana en 2007. Después de todo, a diferencia del Transantiago, la promesa de gratuidad involucra al sueño más preciado en la sociedad chilena, la movilidad social.
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