Si la noche del 19 de noviembre la derecha recibió un balde de agua fría, la aplastante victoria de Sebastián Piñera en la segunda vuelta constituye el espaldarazo electoral más importante que ha recibido el sector desde el retorno de la democracia. Porque, pese a la confusión inicial, Piñera fue capaz de escuchar el mensaje de la gente y corregir rumbo, el próximo Presidente de la República tendrá un amplio margen para definir los términos de la agenda de reformas que quieren los chilenos y la forma en que se diseñarán e implementarán. Si bien no tendrá mayoría en el Congreso, Piñera cuenta con un mandato popular que le permitirá amplia libertad para trazar una hoja de ruta. Si aprovecha el capital político ganado el día de ayer, el segundo período de Piñera será mucho más transformacional que el primero.
Si bien es cierto que un triunfo es un triunfo, algunos son más inapelables que otros. Después de haber alcanzado sólo el 36% en primera vuelta, lo que se anticipaba como una carrera corrida para Piñera se convirtió en una contienda llena de incertidumbre. Porque un 55% de las personas que participaron en primera vuelta votaron por algún candidato que apoyaba las reformas de Bachelet, la votación de Piñera fue correctamente interpretada como un rechazo a su mensaje de deshacer esas reformas para realizar otras—mejor diseñadas, mejor implementadas— que produjeran más crecimiento, desarrollo e inclusión.
Después de una primera reacción de negación, Piñera hábilmente supo corregir rumbo y adoptó algunas de las promesas de Bachelet como objetivos propios. Al comprometerse a seguir avanzando en gratuidad —pero condicionándola al crecimiento económico y focalizando primero en los alumnos de menos ingresos que asisten a IP y CFT—, Piñera se hizo cargo de uno de sus principales flancos débiles. Porque desde la Nueva Mayoría y el Frente Amplio habían instalado la idea de que él terminaría con la gratuidad, su decisión de abrazarla como bandera propia constituyó una clara señal de buscar el apoyo del votante medio.
Si bien esa decisión fue criticada por muchos como una concesión excesiva para sumar el apoyo del senador Manuel José Ossandón —su rival en las primarias de Chile Vamos—, la realidad es que reflejó que Piñera entendía bien cuál era el camino para ganar la segunda vuelta. Al salir a la conquista del voto moderado, definió la conquista del centro como su objetivo prioritario. A su vez, porque su magro 22% de votación en primera vuelta obligaba a Guillier a buscar el apoyo de todo el Frente Amplio —incluidos sus líderes más radicales—, mientras el abanderado de la izquierda se corría hacia la izquierda Piñera avanzaba decididamente en la conquista de los votantes moderados.
Piñera también fue hábil al salir en busca de todos los apoyos posibles. Al sumar a José Antonio Kast, Felipe Kast, Manuel José Ossandón e incluso algunos líderes tradicionalmente asociados con la vieja Concertación, Piñera demostró que era capaz de construir —pero también de liderar— una coalición pluralista y variopinta. A diferencia de Guillier, que se concentró en sumar apoyos, pero jamás demostró capacidad de liderar su coalición, Piñera construyó una base más amplia a la vez que demostró su capacidad de poner orden en una derecha donde tradicionalmente ha reinado la indisciplina.
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