Cuando los chilenos vuelvan a sus trabajos después del prolongado fin de semana de fiestas patrias, la buena y la mala noticia serán una: que Chile sigue siendo igual a como era antes del 18. Esto significa que, por un lado, el país no está en crisis y las fortalezas que hemos construido como democracia superan ampliamente a las debilidades institucionales y democráticas que evidentemente tenemos; y por otro, que los desafíos y oportunidades siguen siendo los mismos: la necesidad del gobierno de entender que tiene que encontrar espacios de diálogo con la oposición y la necesidad de la oposición de entender que si solo se dedica a obstruir al gobierno, los chilenos no le dará la oportunidad de volver a gobernar.
Más allá de lo inusual que resulta que el país se pare por cinco días para celebrar su independencia —y que muchos se hayan tomado la semana completa— el largo feriado ha producido un respiro político. Aunque no faltaron las polémicas —incluida aquella sobre dónde debía estar el Presidente de la Cámara de Diputados el 18 de septiembre, si en el Te Deum en la Catedral de Santiago o en su distrito— la tensión política bajó sustancialmente. Incluso la revelación sobre un supuesto financiamiento irregular de campaña de la empresa OAS a la candidatura de Michelle Bachelet en 2013 generó poco ruido. Tal vez porque, independientemente de cuándo se haya producido la noticia, hay nulas posibilidades de que las investigaciones vayan más allá de los chivos expiatorios SQM, Penta y algunos políticos que ya no ostentan poder.
Cuando volvamos al ajetreo cotidiano, nadie se debería sorprender de que el país siga siendo el mismo. El gobierno seguirá impulsando las reformas previsionales y tributarias, que avanzan a paso de tortuga. Los esfuerzos por abrir espacios de diálogo con la oposición seguirán siendo boicoteados por la izquierda más dura que, sabiendo que no tiene mayoría electoral, aspira solo a evitar que el gobierno avance su agenda. Pero el gobierno también pondrá de su parte a través de errores no forzados de varios incapaces ministros y del propio presidente, cuya obsesión por mejorar su aprobación y por alcanzar una relevancia internacional similar a la que tiene Michelle Bachelet lo llevan a involucrarse en aventuras internacionales de éxito improbable.
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