El gobierno del Presidente Piñera debiera aprender una lección del segundo gobierno de Bachelet: la convicción con la que la ex Presidenta avanzó su agenda de reformas y el sentido de urgencia que dio a los cambios que quería implementar en Chile. Si Chile Vamos tuviera la misma urgencia por dejar plasmado su sello en la hoja de ruta del país, este gobierno habría logrado más avances en sus emblemáticas reformas, que siguen sin ver la luz a casi un año de haber asumido el poder.
Es cierto que la convicción y determinación para avanzar una agenda puede ser profundamente dañina cuando ésta lleva al país a un mal destino. Muchas de las reformas que impulsó el gobierno de Bachelet hicieron más mal que bien. Desde la gratuidad en la educación —que ha golpeado duramente la capacidad de las universidades privadas de seguir mejorando su calidad y ha hecho a las universidades tradicionales del CRUCh todavía más dependientes de los recursos estatales— hasta la reforma tributaria, que la ex Mandataria impulsó aceleradamente en su primer año, el país ha sufrido las consecuencias de una administración a la que le sobró determinación, pero le faltó visión sobre los efectos de sus propuestas.
De ahí que sea un error confundir la obstinación e intransigencia con la consecuencia. Un gobierno que no está dispuesto a corregir o mejorar sus propuestas dejará un legado controversial y vulnerable a ser desmantelado por sus sucesores. A su vez, cuando un gobierno tiene minoría en el Congreso, el único camino para avanzar su agenda es negociando. Además, independientemente de cuántos escaños tenga en el Congreso, al negociar con aquellos que piensan distinto, el gobierno puede construir mayorías más amplias y perdurables, lo que a su vez hace que las reformas sean más estables y duraderas.
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