La revolución bolivariana fue producto de un país injusto; su legado es un país injusto, quebrado y autoritario. Diecisiete años después de la llegada al poder de Hugo Chávez, Venezuela enfrenta la peor crisis humanitaria del continente después de Haití y sufre el régimen menos democrático después de Cuba. Algo salió mal. ¿Qué fue?
La historiadora venezolana Margarita López Maya define el fenómeno chavista como carisma más petrodólares. “El Comandante” fue un hombre excepcional que se benefició de precios excepcionales. Nicolás Maduro es un líder menos dotado. Y aunque Venezuela tiene las mayores reservas del mundo, la mala calidad de su crudo y el bajo precio internacional las esterilizan como recurso político. El chavismo emerge y se hunde ante la misma circunstancia: la caída del precio del petróleo. He aquí entonces el primer acusado: el mundo, que procura desarrollar energías renovables y reducir la huella de carbono.
El argumento es incorrecto: el problema de Venezuela no fue el bajo precio del petróleo, sino su despilfarro cuando estaba caro. Petróleo no equivale a riqueza. Los países que cuentan con un monoproducto exportable, se trate de crudo o de diamantes, suelen ser pobres y autoritarios. Hay dos explicaciones para este fenómeno, conocido como “la maldición de los recursos”. La explicación política alega que el gobierno, al vivir de rentas y no depender de impuestos, tampoco precisa rendir cuentas ante la sociedad. La explicación económica revela que la lluvia de divisas provenientes de la exportación del recurso encarece la moneda nacional, dañando otras exportaciones y destruyendo la industria nacional. En Venezuela esto no es novedad: hace años Juan Pablo Pérez Alfonzo, uno de los fundadores de la OPEP, bautizó el petróleo como “excremento del diablo”. Si el verdugo del chavismo es el petróleo barato, el verdugo de Venezuela es el petróleo a secas.
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