Las experiencias vistas ratifican la necesidad de un cambio político en Venezuela, un cambio que también influirá para que la práctica deportiva avance en el país.
Las medallas obtenidas son un símbolo, especialmente la de Yulimar Rojas, pero sin restarle méritos a la irrupción de una generación destacada de levantadores de pesas, una disciplina en la cual los venezolanos no habían destacado como ahora.
Por un lado, está el evento deportivo como tal, aspecto que se lo dejamos a los analistas del deporte, que no es nuestro campo; y por el otro lado está, el cómo una sociedad fracturada, y viviendo la peor crisis de su historia moderna, recibe estas hazañas en lo que sin duda es el olimpo del deporte mundial.
Percibo estos triunfos como una suerte de bálsamo para una sociedad herida, para un país en el cual no pocos venezolanos lucen abatidos, doblegados por la desesperanza.
Venezuela no sólo está necesitada de buenas noticias, de noticias que pongan en alto nuestro gentilicio, sino que también nos urgen figuras positivas, venezolanos de carne y hueso que nos evidencien que sí podemos superarnos, que sí podemos ir por más.
La figura de unos jóvenes de sectores populares, todos nuestros medallistas, que se han labrado con su esfuerzo propio, un camino deportivo de primer nivel, es un mensaje muy significativo sobre la superación de los obstáculos y sobre los logros personales.
El gran triunfo de Tokio ha sido decirnos, a todos los venezolanos, que tenemos razones para sentirnos orgullosos de tener esta nacionalidad.
Irrumpió una generación (con la excepción de Yulimar cuyo historial deportivo ya era bastante conocido de forma previa a estas olimpiadas) de nuevos rostros, de nuevos nombres con los cuales muchos niños, niñas y adolescentes venezolanos pueden tener de referencia positiva.
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