En una entrevista radial, Beatriz Sánchez aludió a la presencia como panelista en el programa de Canal 13 “En buen chileno” de Sergio Melnick, un ex ministro de Planificación de la dictadura militar, para explicar su decisión de rechazar la invitación a presentarse en ese espacio a defender sus ideas, propuestas, principios y valores. La sorpresiva respuesta de Sánchez generó una justificada polémica. Resulta cuando menos curioso que ella plantee un estándar ético que invalide como interlocutores válidos a aquellos que colaboraron con la dictadura en posiciones tecnocráticas, por más simpatizantes que esas personas hayan sido del régimen. Con ese criterio, habría cientos, si no miles, de chilenos con los que Sánchez no podría dialogar sobre el proyecto de futuro para el país que ella propone. La pretensión de erguirse como autoridad moral que puede decir quiénes califican como ciudadanos dignos y quiénes pertenecen a una casta moralmente inferior es impropia de una democracia que promulga la igualdad de derechos.
Resulta todavía más sorprendente que este argumento de superioridad moral sea defendido por una periodista que ha estado por años asociada a medios que apoyaron con entusiasmo a la dictadura o cuyos dueños se identificaron abiertamente con el régimen autoritario. Parece inconsecuente sugerir tácitamente que se puede trabajar para un partidario de la dictadura, pero no se puede debatir con otro cuando uno es candidato presidencial. Más irónico resulta aun que Sánchez, que renunció a su trabajo de periodista para ser candidata presidencial, viva del sueldo de su marido, periodista que por décadas ha trabajado en El Mercurio, uno de los diarios que más se puso la camiseta oficialista en esos duros años. Cualquier persona pensaría que, con tamaño tejado de vidrio, resulta inconveniente vestirse de superioridad moral y tirar la primera piedra.
Es más, la propia Sánchez ha demostrado ser lo suficiente abierta y tolerante como para poder dialogar —e incluso admirar— a personas que piensan de forma diametralmente distinta. En su libro de 2014 (Editorial Aguilar), Poderosas, entrevistó a mujeres que han ejercido liderazgo. Entre las entrevistadas estaba Evelyn Matthei, ferviente partidaria de Pinochet, especialmente después del arresto del general en Londres y de su retorno a Chile en marzo de 2000. La apertura de mente que entonces mostraba Sánchez, al poder admirar cualidades de personas y entablar diálogo con apologistas de la dictadura, es un atributo más valorable en un candidato presidencial que la pretensión de superioridad moral.
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