La proliferación de candidatos presidenciales para la contienda de 2017 refleja tanto la creciente personalización de la política como la dificultad de conciliar las demandas de la ciudadanía con las bajas expectativas sobre crecimiento económico. Dado el poco margen para hacer promesas ambiciosas, los candidatos se diferenciarán a partir de sus atributos personales.
En los últimos años, la política chilena ha avanzado por el mismo camino hacia la profundización del voto personal que han experimentado muchas otras democracias en el mundo. Porque las diferencias ideológicas se han matizado (nadie seriamente propone un modelo de desarrollo alternativo al capitalismo, aunque muchos ganen elecciones haciendo campaña contra los aspectos negativos del modelo), las diferencias entre distintas propuestas tienen más que ver con quién será el piloto que administre el modelo neoliberal que con hojas de ruta distintas. De ahí que en la mayoría de los países desarrollados, las elecciones se centren más en los liderazgos personales que en las ideologías de los partidos que postulan a los candidatos. Desde Estados Unidos hasta Europa occidental, las diferencias ideológicas se han reducido y se resaltan en cambio los atributos personales de distintos candidatos. Aunque algunos candidatos aún buscan diferenciarse con promesas extremas, el solo hecho que esas promesas sean impracticables e irrealizables confirma que la gente está escogiendo líderes nacionales por sus atributos personales más que por el contenido de sus programas.
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